IX Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


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Amets Soteras Iribarren

Escucho un bullicio; suena lejano pero estoy convencida de que no lo había escuchado antes. No me permite continuar durmiendo, así que decido abrir los ojos. Aparecen mamá y papá; ambos van vestidos de blanco y rojo y, ante la sorpresa, sale de mí una carcajada.

Sin darme cuenta, mamá ha abierto la ventana. Entonces, me aúpa en brazos y el bullicio que antes me ha despertado se transforma en una mezcla de música y voces que inunda mi habitación. Me asoma a la calle y no puedo creerme lo que estoy viendo: ¡está abarrotada de personas que van vestidas exactamente igual que mamá y papá! Incluso portan el mismo brillo en sus ojos.

Ahora consigo identificar de dónde salían aquellas voces y quiénes entonaban esas melodías. Músicas y músicos acarician instrumentos dando vida a ocho majestuosas figuras que bailan una danza hipnótica, mientras a lo lejos algunos niños y niñas huyen entre risotadas de unos señores de menor envergadura pero enorme cabeza.

Absorta en la belleza que estoy tratando de asimilar, papá me sorprende agarrándome de la mano y pronunciando unas palabras que, segura, jamás olvidaré: «¡Eva, cariño, tus primeros Sanfermines!». 

FELICES FIESTAS

Xabier Luna Berango

-Buenas tardes queridos tele espectadores. De nuevo nos encontramos en Pamplona contándoos la fiesta de los San Fermines. Este año la tecnología nos permite mostraros en un mapa 3D los actos que ocurren en cada momento, para que no os perdáis nada.

Vamos con una simulación de lo que se puede hacer en un día normal. En esta zona, al punto de la mañana, varias personas ofrecen regalos y sus respetos al santo. Nerviosos, saltan, resoplan y se preparan para la salida de todos los animales que caminan por el corral. Hay otra zona con luces y música, ahí, la gente vestida de tradicional y con las cantaras de vino, bailan por las calles adoquinadas. En la plaza central los músicos con la flauta y el tambor emocionan a las personas que acuden al acto. Y como me voy a olvidar de ese niño y sus padres que hipnotizados observan a los gigantes girando sin cesar.

-¡Cariño, a cenar!

-Y esta es la fiesta que durante nueve días llena Pamplona de magia, devuelvo emisión.

-¡Pero que te tengo dicho!, ¡ordena el belén, saca esos gigantes y a la mesa! Que no estoy para tonterias.  

LA ÚLTIMA CAMPANADA

Yolanda Patricia Almeida Rodríguez

La grasa de aquella chistorra se había ido incrustando en su ropa blanca como la sangre que iba abandonando el cuerpo de aquella mujer. Había entrado a primera hora de la mañana, después de que los toros pasaran en su habitual recorrido por la calle Estafeta. Se había abalanzado sobre ella con la misma bravura. El cuchillo permanecía aún en el suelo, junto al pañuelo y al charco que iba poco a poco cubriendo el parqué. Él se había girado y había encendido la vitrocerámica mientras esperaba a que terminara de agonizar. Se había abierto el pan y lo había rebañado en la sartén con la grasa que había quedado allí. En la nevera había encontrado también algo de panceta y unos huevos. Los había colocado con mimo sobre el plato adornado de salsa de tomate, tan roja como la camiseta de su ahora ex jefa. Fuera, el gentío de la noche iba dando paso a los niños y los ancianos mientras a pocos metros sonaban las campanas de la iglesia. Miró su reloj. Le quedaban aún unos minutos antes de la procesión y no quería perdérsela. Terminó el último bocado y recogió el cuchillo para rematarla. Ya habían comenzado a cantarle al santo.