«EN PAMPLONA PERDÍ LA SOLEDAD»
Francisco Juan Barata Bausach
Desde que ella se fue huyo de la soledad, por eso fui a San Fermín, era mi primer verano y Pamplona era el lugar indicado.
Allí me desbordó la alegría de las gentes, tan contagiosa, que me convencí de correr un encierro, mi primer encierro. En el hotel me advirtieron que no era un juego, dándome indicaciones de lo que debía hacer.
No elegí ganadería, ella me eligió a mí, el día que decidí correr eran de Cebada Gago. Me enteré de su peligro cuando estaba preparado para verlos venir en Ayuntamiento, donde me recomendó el hotel. Empecé a sentir un sudor frio, la mañana era templada y yo tenía mucho respeto a lo que se avecinaba.
Era la hora, llegó el momento.
La gente pasaba corriendo.
Quedé petrificado al ver aparecer al fondo los primeros toros, ¡joder, qué pinta!
Bichos enormes, de colores, algunos negros como tizones corrían hacía mí y no podía moverme.
Una mujer me sacó de la carrera de un tirón, ni sé cómo me vi trepando por la barrera, una vez arriba la miré y quedé atrapado para siempre en unos increíbles ojos negros… entonces supe que ya no estaría solo nunca más.
NUEVE DE JULIO
Calamanda Nevado Cerro
En la parte baja canta la plegaria a San Fermín frente a su hornacina.
Cohetes.
Comienza a correr al final de la Cuesta de Santo Domingo. Avanza más deprisa que los toros. Esos 280 metros están peligrosos, le recuerdan el pitonazo del año anterior. Sin refugio no pudo retirarse.
Acelera hacia el ensanche del Ayuntamiento y Mercaderes; ese hectómetro pinta más lento.
Galopa en el ángulo recto y enfila Estafeta. No debe coger la curva por el lado externo; los morlacos patean el vallado barriendo la acera. Calcula y coge la curva por dentro. Pasa el chaflán donde se rompió las cejas y la nariz tres encierros atrás; parecía un pasmarote ensangrentado pero no reculó hasta el encontronazo con unos corredores despistados. Se la jugó. Reconoció entonces que todo trascurre en una eternidad de segundos.
Choca con un astado suelto al volar por Estafeta. Corre raro, sin equilibrio, noventa metros hasta Telefónica.
Se echa a un lado. Ahí en el 2.013 la cornamenta le trepó desde el estómago hasta la boca, clavándose como una ganzúa.
Hay montones en el Callejón, pierde el periódico. Le propinan una patada en el pecho vendado, está ovulando y duele horrores. Un doblador la besa en la boca. Canta.
UN ESTALLIDO DE LIBERTAD
José Francisco Alenza García
Aquel estallido del 6 de julio lo sintió especial porque todo era distinto ese año. La alegría que le inundó con el Viva Sanfermín no impidió que se acordara de otro estallido, el de la mano de él sobre su cara, que lo cambió todo.
No fue el 6 sino el 14 de los sanfermines pasados. Eran sus primeras fiestas como pareja. Hubo malas caras el 6 por bailar con unos guiris. Bronca el 7 por la ajustada camiseta blanca que llevó a la procesión. El 12 le prohibió ir a los toros a sol con sus amigas. Las fiestas más alegres del mundo se convirtieron en un infierno. No entiende por qué no cortó todo desde el primer momento. Pero llegó el bofetón del 14. Le causó un leve escozor en la mejilla y una profunda herida en el alma. Una herida vivificante que le despertó de la pesadilla y le hizo poner fin.
“Los sanfermines son para los hombres”, decía. Pues va a ser que no. Que él no podría estar en Pamplona. San Fermín le había echado un capote en forma de orden de alejamiento. Anudándose el pañuelo, ella se disponía a disfrutar de las fiestas que más ensalzan la libertad.