IX Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


CON BRAVURA

Nuria Perarnau Andrés

No fue un mero presentimiento. Con tan solo una mirada, pude constatar que aquella situación era bien diferente a cuantas conocía de antemano.
Mis ojos, desorbitados por la sorpresa y la curiosidad, contemplaron aquella masa ingente de rostros ajenos cuyos rictus mostraban una extraña mezcolanza de nerviosismo, teñido de emoción.
De repente, un ruido estridente retumbó en mis oídos y casi al mismo tiempo, miles de pañuelos encarnados fueron anudados en los respectivos cuellos. Antes de que pudiese darme cuenta, me encontré lanzado a plena carrera, como el resto de corredores.
Estábamos tan cerca los unos de los otros que casi podíamos rozarnos. De hecho, podía sentir sus respiraciones aceleradas y la adrenalina circulando por sus cuerpos, del mismo modo que me ocurría a mí.
Sin embargo, me dominó el miedo, un miedo tan intenso que solo podía pensar en defenderme. No comprendía por qué estaba allí y cuando una de tantas manos anónimas trató de guiarme agarrando mis cuernos, me enfadé tanto que decidí arremeter contra él.
La cornada que le propiné fue grave y sin embargo, no me detuve. Por el contrario, clavé mis pezuñas sobre la tierra y, resoplando con bravura, continué mi incomprensible y alocado recorrido.
 

LAS NIEVES DE JULIO

Juan Manuel Velasco Centelles

Yo no soy de Pamplona. Ellos tampoco. Ni siquiera he estado en Navarra durante mis cuarenta años de travesía vital. Ellos tampoco. Hay pecados para los que no existe absolución. Pero sí penitencia. En ella estamos. Libremente autoimpuesta.
Somos cuatro. Nos une una de esas amistades irremediables. Los cuatro con idéntico pecado. Viajamos por primera hacia el sonido más enervante de toda la cristiandad: el chupinazo.
Se nos aprecia a los cuatro un ondear de sangre adolescente por el tendido de nuestra expectación.
Estamos cerca. Almorzados, cósmicos, charlatanes, níveos de una indumentaria con incrustaciones rojas con la que buscamos mimetizarnos en ese océano de cuerpos que suponemos, que imaginamos, que nos han narrado.
Viajamos a la velocidad de un diesel despintado pero parece como si lo hiciésemos a la de la luz. Hacía muchos cometas que no nos sentíamos tan próximos a nosotros mismos.
Pamplona por fin, sus inmediaciones. Un circular de rondas a avenidas, de avenidas a calles. Un ir descubriendo que sí, que apenas son las once y 6 de julio y está nevando copiosamente, con copos como siluetas que lejos de caer con mansedumbre revolotean hacia una intersección en la que cabe toda la alegría del universo. Era pobre lo contado.
 

SIN COMPLEJOS

Juan Molina Guerra

Los Sanfermines están a las puertas, hay una sensibilidad especial en el ambiente, en la calle Estafeta hay un runrún constante de gente que habla emocionada, así que hoy me he decidido. He entrado en la biblioteca, he cruzado los brazos sobre el mostrador y me he quedado mirando a la bibliotecaria. Sé que no soy muy agraciado, pero soy simpático y atrevido y sé que a las mujeres les gustan los hombres seguros de sí mismos. Ella dice: “¿qué quieres?” Y yo digo: “Voy a decir un taco”. Ella me ha mirado, sorprendida. Luego he continuado: “me gustan las mujeres guapas”. “Eso no es un taco”, dice ella. “Es que me gusta el surrealismo”, le digo. “¿Te vas a llevar un libro? Podría buscarte algo de Dalí”, me ha sugerido, como si yo fuera tonto. “Dame uno de Hemingway, ese que habla de los toros en Pamplona.” Ya en la calle, me ha dado por pensar que casi la tengo en el saco. Mañana volveré a la biblioteca y le diré que si tiene un periódico viejo, que voy a correr los encierros. Con eso creo que la tendré rendida. ¿Qué mujer no se va a enamorar de un valiente?