IX Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


EN PLENA CALLE

Antonio León Del Castillo

Viendo la expresión de sus caras, diríase que no se han creído nada. No
eran navarros, ni vascos, ni riojanos, ni del sur… Olvidé de donde
dijeron que venían, pero no me ha importado. Les he contado igual a
otros de Bruselas y de Texas y de Tokio. Ya superé aquella cosa de lo mucho o poco que cada cual haya viajado para llegar, incluso lo que vengan a hacer. En mi rutina, primero toco la txirula y luego les
hablo algo de mi historia, comento lo de mis pinturas y que fui artista.
Les muestro algunos de los recortes de prensa que conservo de
mis carreras y noto cómo les incomoda la cicatriz que me cruza el pecho
cuando desabotono mi camisa, antes blanca. Los niños se me asustan un
poco, pero tengo que hacerlo y les enseño entonces mi bici con el
manillar hecho de astas de un bravo de verdad. Hace años me operaron de
pulmón, pero me viene mejor aducir que fui corneado. No pasa nada. En fin, dispuesto para otra actuación, se acercan unos mozos que, aunque no se tienen en pie, espero dejen algo de cash. No se para, es mi vida en la calle. 

EL RIBERO

Javier Muruzábal Cuevas

Ya he perdido la cuenta. Ni sé los años que llevo aquí encerrado. Vale que no soy peteuve, ¿acaso el resto sí? Yo por lo menos soy de la tierra. De la Ribera, pero navarrico como el que más. Que menudas jotas canto… lo que pasa es que no las oís porque no me dejan salir.

Lo que más me fastidia de todo esto es que dicen que parezco demasiado normal como para ir con el resto de la cuadrilla. Vamos, que desentono. No sé, yo también puedo poner cara de mala leche, vestirme con un traje de época, dejarme barba o hacerme coletas.

Y seguro que pensáis qué soy un envidioso. Pues sí, tenéis razón, lo reconozco. Pero es que echo tanto de menos todo aquello… Para mí no había nada mejor que correr detrás de los niños por las calles del casco viejo, escoltar a los gigantes, salir en procesión y ver al santo. Ay, San Fermín.

Abrí la puerta con precaución, mirando a izquierda y derecha para asegurarme que nadie me viera. Me coloqué bien la boina y el pañuelico y apreté con fuerza la empuñadura de la verga. Había decidido volver a salir. 

ACTO II

Jose Ignacio Blanco Cruzado

Una parcela de cielo, sobre una nube bien acolchada. Al abrirse el telón, los ángeles andan ajetreados y San Francisco Javier supervisa la operación.

SAN FERMÍN:
A ver, ¿está preparado el capotico?

SAN FRANCISCO JAVIER:
Casi; terminan de plancharlo.

SAN FERMÍN:
Pues que se den prisa, que esto empieza y tengo que tomar nota. (Saca una libretita y prepara el bolígrafo).

SAN FRANCISCO JAVIER:
Pero si siempre te piden lo mismo, hombre. ¿Tan mala memoria tienes?

SAN FERMÍN (mirando al cielo):
Ay, Dios mío, que corta es la imaginación del ignorante. ¿No ves que aunque la frase sea la misma, cada cual lleva su deseo particular? Anda, anda, déjame escuchar. (Aplica la oreja al aire mientras se escucha el cántico).

SAN FRANCISCO JAVIER (en un cuchicheo):
No blasfemes, que te van a oír. (Carraspea y se yergue). Todavía no comprendo cómo puedes anotar tan deprisa todo lo que quieren.

SAN FERMÍN:
Pues sí, ¡es como para perder la cabeza! Y más contigo dando vueltas por aquí, que estás tonto del txupinazo de ayer. Anda, no te asomes mucho.

(Los dos patrones miran de soslayo a la tierra, por si los cohetes. Dos ángeles cubren los hombros de San Fermín con el capotico planchado).

Telón