EL BRAZALETE VERDE
Felipe Espílez Murciano
Se vistieron las calles de madera, con esa elegancia callada que tiene el árbol cuando es ya sólo un recuerdo. Todos los relojes echaron las ocho de la mañana al aire. Mi pañuelo se me confundió en la garganta mientras me tragaba el miedo con su filo de hacha.
La cuesta de Santo Domingo se arrodilló para la carrera, mientras San Fermín miraba desde una nube con un brazalete verde. Seis luceros pusieron el cielo en el suelo. ¡Cómo corren los ángeles!
Y para que el toro no me sufra, dos querubines de guardia, en ese suspiro alargado de 849 metros de nata.
Mi alma se lanzó delante de mis ojos y la carrera se hizo río de aguas inciertas. Mi periódico enrollado, espada que cortaba el aire hasta hacer hilos de Pamplona. De pronto, alguien me agarró la manga de mi camisa, y después… un empujón negro y profundo, como mil noches juntas en un abanico de muerte.
Me desperté a las dos horas en el hospital. Cuando me dieron el alta vi que debajo de mi camisa había un brazalete verde. Aún lo conservo, parece estar siempre durmiendo… siempre menos los días siete de julio en que parece estar sonriendo. Sonriendo.
HERMANAS
Javier Sauras Altuzarra
Irati y Aitziber se intercambiaron una tensa mirada llena de complicidad. Qué orgulloso se sentiría el abuelico si pudiera verlas. Él que siempre pensó que la tradición familiar se perdería con sus únicas nietas. Tantos años llevándolas a las vallas de pequeñas y ahí estaban ahora, al otro lado, desde las 6:30 h. como un reloj, esperando a correr buena parte de los 875 metros. La petición al Santo la traían de casa: que le subiese al cielo la noticia al abuelo.
De pronto, el cohete. Sudor frío. Tras unos segundos sonó el segundo. Los astados de la ganadería “Antigua” ya estaban en el recorrido. Vieron aparecer a las bestias. “Intolerante”, “Abusón”, “Machote”, “Celoso”, “Acosador” y “Violento” se mezclaban junto a los cabestros. Las hermanas se lanzaron Estafeta arriba. Sus cuerpos entrenados resultaban frágiles entre los mozos, más fornidos, pero ellas contaban con las ventajas de su agilidad, su instinto y los sabios consejos. Notaron el aliento ansioso de los toros a su espalda, presionando entre la muchedumbre. Sin ceder al miedo siguieron corriendo, saltando y esquivando, avanzando siempre. Quizá las fieras no fueran menos temibles que los prejuicios que habían superado ya. Cuando pararon, satisfechas, les vieron alejarse derechos a su fatal destino.
DISPARO EN MEDIO DIA
Ibeth Karina Diaz Perea
Y se oye en el cielo un disparo ¡un comienzo! El tiempo llega, san Fermín Inspira en su nombre, la música suena, el teatro hipnotiza, las miradas destacando los vestidos en rojo y blanco, segundos pasan, la alegría se desata y el espíritu los atrapa, es imposible disfrutarlo.