EL AMIGO QUE SE FUE
Jaime Martín Martinez
La gente se acerca poco a poco, cada vez hay más ruido y las canciones y gritos se van entonando hasta que suena el cohete. Y entonces la alegría se dispersa por la ciudad. La gente canta, pide agua por nuestra calle.
Después de comer me daba una vuelta. Horroroso el olor a alcohol que te llega al abrir el portal. Pero te acostumbras y oyes una txaranga para seguirla y disfrutar de su música. Y el tiempo se te escapa y cuando oyes esos estallidos en el cielo con los que sabes que ya son las 23:00, es hora de volver a casa a través de la gente que disfruta de las canciones de los bares desde la calle.
Este año será diferente, Lur me dejó en primavera tras 10 años de convivencia y mañana no sé si podré bajar esas escaleras para darme de frente con el jolgorio sin él. Hace un mes vino Zeus, pero no tengo tanta confianza con él, aunque ahora parece que sabe lo que estoy pensando. Sus ladridos me dan ánimos para que vuelva a vivir lo de cada año. Sí, mañana saldré, él me guiará a través de la marabunta y cantaré a San Fermín.
7 DE JULIO
Alvaro Diaz Santesteban
8:00 a.m. ¡Plassh!
Se cierra la puerta tras de mí y enfilo una cuesta. Unas pocas zancadas son suficientes para percatarme de que en este preciso instante me he convertido en el centro de atención. Me miran, acompañan y acechan. ¿Por qué? Siento miedo, debería defenderme porque alguien incluso intenta manosearme. ¿Quién se cree que es? Sigo mi camino, ahora hacia la izquierda, entre voces que no consigo entender, quizá por los nervios. Sólo persigo estar a salvo, como hasta hace un rato, disfrutando tranquilamente con los míos.
¿A qué obedece todo esto? Reconozco que intuía que pudiera suceder algo así. Giro a la derecha, aprieto los dientes y corro sin mirar atrás. Más mozos agolpados a cada lado, también me miran, ¿o será paranoia mía? No alcanzo a comprender este protagonismo sobrevenido de repente. Sólo quiero llegar, respirar y descansar por fin, tampoco pido mucho. Ahora la calle se va estrechando, parece que los voy a tener encima hasta el final, pero… ¡entro en un lugar espacioso con luz y gente! El pánico se desintegra y la pesadilla acaba. Ya pasó…Olvídate y duerme unas horas, no queda tanto para ir a los toros.
FIESTA
Nati Díaz Lasa
Nada hacía presagiar que aquel nublado y triste 6 de mayo se iba a convertir en un gran día.
Una llamada, una simple llamada, y mi corazón se aceleró poniéndose al limite.
Iba a ser artífice de uno de los momentos más emblemáticos de los Sanfermines.
Era todo un orgullo, una responsabilidad y un gran privilegio.
La excitación y estupor inicial dieron paso a una obsesión, que todo saliera a la perfección.
Había mucho en juego y no había margen al error.
Tras dos meses de pruebas, todo estaba preparado.
El esperado día había llegado, la hora se acercaba y mis nervios iban en aumento.
Al asomarme al balcón y observar la plaza, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Impresiona ver y oír cómo miles de personas vestidas de blanco, con sus pañuelos rojos alzados al viento, aclaman al unísono el nombre de nuestro patrón.
Los minutos previos se me hicieron eternos. Mi mano izquierda portaba la mecha, la derecha el cohete pirotécnico; que, con gran precisión, coloqué en la lanzadera.
Encendí la mecha y…. procedí a dársela al encargado de lanzar el Chupinazo anunciador de las Fiestas de San Fermin.