EL SOL MÁS OSCURO
Rubén Jorajuría Lázaro
El señor oscuro da una tregua y libera a Pamplona de su condición, o eso creo, el sol brilla con fuerza en lo más alto, y su reflejo en los adoquines recién limpiados, estoy nervioso, es la primera vez que venimos sólo los dos, ¡qué emoción! Tomo aire y le miro a los ojos, mi sonrisa se desvanece, oigo una explosión y todo se vuelve ruido alrededor. Salgo corriendo, me mezclo entre el gentío, la busco, ignoro la estampida, no puede ser… no ella… Trago saliva, hay mucha gente, no la veo, me empujan, no puedo avanzar… todo se queda borroso y no puedo ver nada, lo último que veo es el frío suelo, nada importa. Me levanto de un brinco y allí está, con su inocente sonrisa mirándome desde los brazos del policía municipal, cierro los ojos y suspiro, ¡ay! El capote.
DESDE NUESTRO RINCÓN
Adoración De Los Reyes Delgado García
Tantas veces me había hablado de la fiesta que casi pareciera que hubiera estado aquí antes. Juntos nos hemos subido imaginariamente al kiosko de piedra de la plaza y hemos recorrido todos los edificios y balcones inventándonos las vidas de los que se abigarraban en calles y plazas formando una agitada ciudad desde el aire. La ciudad universal de la alegría. La ciudad de la música y el jolgorio acompasado con el tintineo de cientos de copas en las manos.
Juntos hemos visto a los mozos debatirse entre dos luces con apresurados periódicos hacia la coqueta hornacina del santo. Miles de pañuelos rojos buscando cada año la capa protectora. Miles de corazones pamploneses invocando tradición. Miles de kilómetros con la esperanza de amanecer un nuevo día, un nuevo año, un nuevo San Fermín.
Tantas veces que cuando me he visto reflejado, blanco y rojo, en los elegantes espejos del Iruña no sabía si era yo o era el dudoso espectro de mi deseo. Con paso lento y ceremonioso, con el espíritu sobrecogido me he abierto paso entre la gente hacia el rincón, hacia su rincón. Y allí, frente a frente, a través de la mirada del viejo marino, lo he comprendido todo. Gracias maestro.
EN SILENCIO
Ubaldo Rey Escapa
Antes de que Marivi me aposentara en la hornacina, me habían acariciado con plegarias las manos de algunos mozos en el pasillo del silencio. Entre ellas distingui la recia mano de Andon Landa, algo nervioso, tenso en su primera carrera, protégeme como a mi padre, no me dijo mas; se apartó del grupo con sigilo, concentrado, atento, esperando la llegada de las bestias, envuelto en el revuelo de la multitud, del gentío, de la fiesta, pero inmerso, en un profundo silencio interior.
Estaba preparado, con el miedo contenido, pero dispuesto, en la rígida espera del inicio.
Sonó el cohete.
Zelia se te ve mas tranquila, ves, al final salió todo bien, veo que se te escapa alguna lágrima, de esas que no avisan, por los nervios, por la emoción contenida, en tu pañuelo la guardas, sin que nadie te vea, buscas cualquier escusa para alejarte un instante, a solas, en silencio, y entrelazando tus huesudas manos me vuelves a agradecer la protección dada, lo mismo que el resto de las madres, que con el corazón en un vilo, han estado como tú.