CUADERNO DE BITÁCORA
Sergio Estébanez Sáez
1 de enero: recibo una dudosa propuesta de embarque.
2 de febrero: el tiempo pasa y he de tomar una decisión.
3 de marzo: resuelvo aceptar.
4 de abril: parto hacia destino.
5 de mayo: arribo a Pamplona.
6 de junio: falta un mes para comenzar singladura en una ruta de navegación que me es desconocida y se me antoja inviable.
6 de julio: un adelanto de fechas o mi pobre manejo del idioma hacen que casi quede en tierra, pero un viejo conocido holandés me ayuda a enrolarme y me pertrecha; rojo sobre blanco es nuestra divisa. Aturdido y confuso llego a bordo sin saber cómo, pero no cabe duda de que ya no pisamos tierra firme: las acometidas del oleaje hacen la vertical poco menos que imposible, y las salpicaduras me alcanzan pese a no verse ni atisbo de la borda. Los incontables marineros que me rodean son jóvenes pero no inexpertos, ningún grumete bregaría con éxito tamañas sacudidas. Se han repartido generosas raciones de brebaje, y al poco soy partícipe. La exhortación de la autoridad, la más breve que nunca haya presenciado, queda ahogada por el bullicio: jamás contemplé tripulación tan numerosa y entusiasta. Resuena una salva. Zarpamos.
DISPARO EN EL ENCIERRO
álvaro Pinell Pacha
Tumbado sobre el frío suelo, mi reloj señala las ocho menos cinco, es hora de desenfundar. ¡Pum, pum! ¡pum, pum! ¡pum, pum! Respiro, tengo que tranquilizarme, pronto tendré que disparar y el más mínimo movimiento lo echará todo a perder.
Última comprobación, asegurar objetivo, configuraciones adecuadas, segundo cargador preparado y posición y ángulo perfectos. A las ocho la primera explosión, moverá a la asustada masa hacia mi posición, en un minuto, dos como mucho, los tendré encima. No puedo fallar, solo tendré un disparo, dos con suerte.
¡Fissssss! ¡Pum! Ya ha empezado, abro la mirilla, observo y respiro, todo parece ir más lento. El dedo sobre el disparador, aquí está ¡Click! Cuatro milésimas de segundo, perfecto, en el blanco. Todo está teñido de blanco y rojo. Hermoso. Está perdiendo el equilibrio ¡Joder, tengo que moverme! Viene hacia donde estoy.
Creo que esta foto del toro cayendo en la curva de Mercaderes copará todas las portadas y aunque el toro por poco me golpea, ha valido la pena.
SAN FERMIN “C’EST POSIBLE AND POSSIBLE”
Ignacio Arraiza Valle
Se lo llevaron sin acordonar el lugar. Multitud de cámaras fijas y móviles lo gravaron. Su reconstrucción será sencilla, la de los hechos, la corporal compleja ya que su destino era el Complejo Hospitalario. Ocho centímetros, uno por cada día festivo, todo menos limpios, en línea curva y certera en la yugular. La noticia corrió como un reguero. Ingresó en el estado en el que se quedó. Seco. Es difícil quedarse seco en Pamplona y más en sus fiestas, pero en sus calles C’est posible and possible.
Entre las pequeñas junturas del adoquín recién pisoteado y maltratado, se escuchaba cuando se lo llevaron, el discurrir de un pequeño reguero, cuesta abajo Santo Domingo, camino a corrales que no al Arga, y un desesperado grito que exclamaba ¿Repetimos?, y como respuesta ensañada, Lo siento. El año que viene. Ya queda menos.
A las 6 de la tarde hacía un sol de y para la justicia. Se vistió de luces. La arena sin playa fue testigo de su implacable ejecutoriedad. Al quinto, el no malo, dejo la balanza, levantó la espada y entre los omoplatos, directa al corazón, cortó la aorta.
El pequeño reguero coagulado y el último borbotón emitieron el último suspiro: Pobre de mí.