DE VUELTA
Máximo Martín Cobos
Soltó la mochila en el mismo banco del parque donde yo estaba sentado.
—Hola —le saludé.
—¿Crees que lloverá mañana a la hora del encierro? —fue su respuesta.
—Eso dice la tele… ¿Vas a correr?
—Ajá.
—¿Tu primera vez en los sanfermines?
—Estuve ya antes, pero no acabé el recorrido. He vuelto para completarlo: no me gusta dejar las cosas a medias.
—¿Cuándo fue eso?
—1980.
—¡¿1980?!… Disculpa mi curiosidad, ¿qué edad tienes ahora?
—Veintiuno.
Calculé mentalmente. Luego añadí:
—Si las cuentas no me fallan, me estás hablando de hace 33 años.
—No te fallan.
Barajé la posibilidad de que le hubiera dado un buen meneo a la botella o se hubiera jalado un canuto kilométrico.
—A propósito, ¿por qué no acabaste en… 1980? ¿Calambres?
—Estaba el suelo llovido y me caí.
—No me digas que te rompiste alguna pierna.
—Qué va.
—¿Entonces…?
—Vino un toro por detrás y me acorneó.
—¡Ayyyyyyyyy, tuvo que dolerte horrores!
—Más o menos.
—¿Qué pasó después?
—Me llevaron al hospital.
—¿Te recuperaste pronto?
—No, no me recuperé: morí a los dos días…
ESTRUENDO
Juan Carlos Perez Lopez
Pues al final la cosa no fue para tanto; nada de lo que me temía al ver tanto bullicio. Y para haber sido la primera vez, no ha estado nada mal esta experiencia: un encierro limpio desde los corrales hasta la plaza. Lo peor, alguna curva cerrada en la que casi doy con mis huesos en el suelo al tomarla; un pequeño susto al que le siguió una alegre galopada por un trayecto largo y rectilíneo. Pero nada más. Ni una caída ni un simple resbalón. Nada que haya descompuesto mi esplendida carrera, que he realizado de manera limpia y a velocidad constante de principio a fin. Una sensación de regocijo me ha poseído cuando he logrado entrar en los toriles antes de que me alcanzasen los cabestros, que a saber por qué llaman de escoba.
Ahora, ya descansado, me pregunto qué otra aventura me espera detrás de esa puerta. ¿Se abrirá con otro estruendo en el cielo?
HIPOADRENAL
Carmen Ruiz Ruiz
—Hipoadrenalismo primario o enfermedad de Addison —me informó el doctor sin más preámbulos, antes de tomar asiento.
—Su sistema autoinmune actúa dañando la corteza suprarrenal por error y altera su estructura.
— ¿Hay tratamiento? —acerté a preguntar.
—Hidrocortisona de por vida pero, tras la privatización, este medicamento es un artículo de lujo, solo asequible a aquellos que puedan permitírselo, y creo que no es su caso.
—Entonces, ¿qué puedo hacer? —pregunté hundido.
—Se me ocurre una solución poco ortodoxa desde el punto de vista médico, pero no pierde nada dadas las circunstancias. Pronto comienza San Fermín. Le propongo correr los encierros. La adrenalina y el cortisol se verán obligados a responder debido a la tensión previa y, una vez iniciada la carrera, la necesidad de eludir a los morlacos hará el resto. Con suerte, logrará estabilizarse mientras duren las fiestas, y dejará de sentir el cansancio y los mareos habituales que tanto le limitan.
…Y allí estaba yo el 7 de julio, en pleno chupinazo. Con la algarabía y el lanzamiento del cohete, empecé a notar mejoría; en los encierros, el subidón acabó imponiéndose y estabilizó mi salud.
Lo que nunca imaginé fue que moriría de amor, completamente feliz, a los pies del santo