MEJOR DE LO PENSADO.
Osvaldo Andrés Suárez Slúsar
¡En qué lío me he metido!
Mar rojo chupinazo. Gritos, ruidos, gente con ganas de encontrarnos. Alcohol y música. Y sexo.
De todos lados gente, de la buena, de hígado fuerte; corazón contento y extremas borracheras.
Puños y pañuelos rojos y el blanco; forman una marea embravecida con olor a tanto…
Yo te disfruto, mi cabeza gira y mi alma se entrega. De San Fermín… al mundo.
Nueve días, una vida entera. Sin agresiones sexistas, ¡bienvenidos!
¡Disfrutemos de nuevo!
LA VÍSPERA DE LA VÍSPERA
María Izkue Apesteguía
La florista ultima la preparación del ramo envolviéndolo en celofán rojo: clavelinas rojas y blancas abrazadas con ramas de helecho y pequeñas campanillas.
Bajo por Santo Domingo, cortada ya a vehículos, los viandantes la tomamos en todo su ancho.
Turistas, una pareja de municipales, vecinos con el carro de la compra o con la bolsa que guarda el pantalón, la camiseta comprada a última hora en la tienda que, orgullosa y encantadora, sobrevive en el Casco Viejo.
El vallado aguarda expectante.
Dos naranjitas charlan junto al puente en su primer día de trabajo.
Por el sendero que discurre paralelo al río voy paseando hasta el cementerio.
Una caracola se desliza despacito por el nicho donde están mis padres. La dejo estar.
Limpio un poco y coloco con primor las flores en el jarrón. Contemplo satisfecha el resultado.
En silencio les digo que estamos en sanfermines, inundada por un sentimiento entre la emoción y cierta vergüenza por esta simpleza que repito cada cinco de julio.
Pero lo cierto es que de regreso a la ciudad me siento bien, reconfortada.
En casa me esperan los otros míos.
Los pañuelos están planchados, la ropa blanca también dispuesta, el frigorífico y el corazón a rebosar.
CHICANE
Franz Kelle
Otro domingo más, el zumbido se cuela en mi despacho. Asomo la cabeza para que el niño baje el volumen del televisor. Por una vez, esos abejorros de cuatro ruedas atrapan mi mirada. Curva a izquierdas, ¡zas!, quiebro a derechas, ¡zas!
Chicane, lo llama el comentarista de la Fórmula 1.
«¡Curva de Mercaderes!», exclamo yo.
«Es un Mercedes, mamá: Mer-ce-des», me corrige el niño.
«Álvaro, de este año no pasa que nos llevemos a Lucas a sanfermines», le digo a mi marido, que me ignora, enfrascado en su novela.
Que sí, que sí, que está muy bien el chalé en las Rozas, alejados del mundanal ruido y todo eso. Los grandes ventanales, la lámina de agua. Maravillas pequeñoburguesas. Pero el niño… ¡Lucas no puede echar raíces en un sofá escandinavo! Bastante es que no lo llamáramos Fermín. En julio lo saco de este tiesto postizo a que escarbe en sus raíces maternas. Un Iriarte tiene que conocer de primera mano los cánticos al filo de las ocho, sentir cómo los enmudece el cohete, vivir el encierro a flor de piel, a pie de barrera.
«Mamá, mira, mira: adelanta por el interior. ¡Y en plena chicane!».
Le encantará Mercaderes.