DOCE EN PUNTO DEL 6 DE JULIO
Daniel Gurrea Rouzaut
Hay un lugar en el que siempre son las doce en punto del 6 de julio y al que siempre me gusta volver.
En el que no hay más color que blanco y rojo, gritando porque empiecen ya las fiestas de nuestro patrón.
Este lugar habla mil idiomas, no te exagero, y está abarrotado de cientos de nudos en la garganta esperando a que suene el txupinazo y, por fin, poder soltarlos y usarlos para anudar el pañuelico al cuello.
Se ubica en el momento exacto en el que contenemos la respiración, mientras notamos cómo nuestros pulmones se llenan del olor a la mecha del cohete.
Donde los segundos marcan su tic-tac con el siseo de la chispa.
Piensa en el momento en el que alzas la vista al cielo recorriendo esa estela de pólvora que explota a la vez que lo hacen todas tus emociones.
Ese momento.
¡No lo sueltes!
Porque ese es exactamente el lugar del que te hablo.
Hay un lugar en el que siempre son las doce en punto del 6 de julio y al que, por suerte, siempre puedo volver.
MINOTAUROS ENDIABLADOS
ángel Silvelo Gabriel
—¿Sancho, tú crees que saldremos de aquesta nueva afronta con lo que me propones, porque si no conseguimos calmar los ánimos de estos bardos metidos a corredores de maitines nunca volveremos a La Mancha?
—Señor, dejémosles que sigan imbuidos en su fe, y si están decididos a correr el encierro a pesar de que usted y yo no seamos los morlacos que ellos pretenden e imaginan en sus mentes, ese es su problema y su afrenta, y no la nuestra. Por ejemplo, nunca nadie nos vio en un encierro y, sin embargo, aquí estamos, en Pamplona. ¡Dejémosles correr entonces!, y piense que si nuestro creador perdió el juicio después de mucho leer novelas de caballerías, ellos lo han hecho después de mucho orar y orar a San Fermín, y si no, míreles, no hacen sino suplicarnos que nos lancemos sobre ellos igual que Minotauros endiablados.
—Así lo haremos, pues. Súbete la cogulla tu túnica, y juntos, con nuestras lanzas apuntando al horizonte, trotemos lo más rápido que sepamos. Yo a lomos de mi Rocinante y tú encima del Rucio, para que, por una vez, no sean ellos, y sí nosotros, los que les proporcionemos un poco de luz a sus sueños.
LA PELÍCULA DE MANUEL
José Martínez Moreno
El toro gira de manera inesperada y se separa de la manada, que continúa corriendo indiferente por la calle Estafeta en dirección a la plaza, rodeada de cientos de mozos que parecen escoltarla. Manuel no contaba con eso y ahora se encuentra frente a frente con el bravo animal. Media tonelada de carne coronada por un par de afilados cuernos que parecen sacados del “Manual de la perfecta cornamenta”. El toro está plantado delante de él y parece mirarle fijamente, o quizás es el miedo el que le hace creer que el astado se ha fijado en su escuálido cuerpecillo. De pronto su visión adopta un curioso efecto túnel: todo alrededor se oscurece y lo único que puede ver es el toro, que parece inmenso, desproporcionado, mayúsculo; como si fuera el ejemplar primigenio del cual descienden todos los demás toros del mundo. Manuel tiembla, suda, reza, pero permanece inmóvil, atenazado por el miedo. Y entonces el enorme bóvido arranca. Dicen que en el momento de morir ves pasar toda tu vida ante tus ojos, como en una película. Y Manuel grita despavorido cuando ve que en su película el protagonista muere corneado en los Sanfermines.