MUSICA
Isabel Flamarique Iriarte
Vete tú! No, vete tú! Uf! Que pereza,si nos hemos acostado a las dos…
Churros churros pa desayunar….Se a convertido en un himno, yo prefiero la nº 5.Sabes, a estas horas no me pasa el desayuno, mas vale que luego almorzamos con la cuadrilla. No se te olvide coger los huevos que están todos esperando a probarlos; que son de nuestras gallinas, ahora que nos hemos vuelto granjeros ja, ja
Corre corre que están en Mercaderes ,ya les oigo «Patrones patrones mas extraordinaria que solo nos llega hasta el dia 10»..Ya esta!!,la piel de gallina y los pelos de punta, tantos años viniendo a las dianas y nunca dejan de emocionarme .Este calor humano que se mezcla entre los trasnochadores y los «Pamplolimpios» recién levantados de la cama, el sonido de la Pamplonesa y sus músicos tan pacientes ,los amigos ,caras que solo ves en estos días del año, turistas que bailan alucinados porque la música no para ni de noche ni de dia..
Que agusto, que bien, que felicidad, tengo un nudo en la garganta que no me deja cantar empezare bailando
CUATRO PALABRAS
Carlos Campión Jimeno
Hoy era el gran día.
Estaba sin trabajo y desahuciado por su banco, pero ese seis de julio sería el comienzo de una nueva vida. Lo pensaba caminando en la única dirección en la que iban todos. El ayuntamiento los atraía como un imán, sin embargo cuando el chupinazo estallara en el cielo, la marea humana se extendería por el centro de la ciudad como una inmensa mancha de aceite entre música de mil bandas, líquidos al aire y restos por el suelo. El tránsito sería difícil y perderse en la masa de blanco y rojo, muy fácil. Se hizo uno con la riada y comprobó que no desentonaba entre el gentío el atuendo que había elegido para la ocasión: sombrero vaquero, antifaz y pistola al cinto. Incluso se había teñido, como muchos, con tinto la nívea camisa. Jóvenes y mayores, familias enteras, todos uniformados desprendían la alegría del comienzo de la fiesta. Se contagió de ella desplazando sus dudas y la emoción por los próximos hechos le inundó. San Fermín, que todo lo ve, me bendecirá…
Daban las doce en punto cuando surcó las puertas de su sucursal bancaria y pistola en mano pronunció en alto cuatro palabras: ¡esto es un atraco!
¿AHORA?
Marta Martínez Carro
Noté bajo mi pezuña algo nuevo. No entendí qué era. No era arena, ni hierba, tampoco barro pero conseguía pegarse a los primeros pelos de mis patas. Seguíamos los seis juntos.
Farolillo, testarudo, mareó nuestro viaje con teorías. No tenía ni idea. Todos lo sabíamos. Él siempre sabía todo y todos sabíamos que nunca sabía nada. Fantaseó con una fiesta famosísima. Sólo correríamos ochocientos setenta y cinco metros.
Mi hermano tenía un miedo. No entender algo siempre genera miedo. Me propuse que fuéramos a donde fuéramos, me mantendría a su lado.
-¿Has oído eso?
-¿Gora? ¿Ahora?
El eco debió decir “ahora” porque se abrieron las puertas.
El aire pesaba. Ya no estaba sobre aquel algo nuevo, no era arena, ni hierba, tampoco barro. Resbalaba. Corrí junto a mi hermano. Farolillo salió disparado. Ya no éramos un grupo.
Había personas ante nosotros, tras nosotros, gente huyendo saltando unos maderos o arrastrándose por el suelo hacia la marabunta, cientos gritaban desde balcones. Santo Domingo, Ayuntamiento, Mercaderes, Estafeta. Ahí Farolillo cayó y redimió su vergüenza a lo bruto. Telefónica, Callejón y Plaza. Eso sí lo entendimos. No los gritos ni los aplausos pero sí la arena.
Luego llegó la tarde y ya no pude recordar nada.