Hace once años que viví mi primer San Fermín. Tarde muy tarde, dirán algunos, y tendrán razón. Una cosa me impidió venir antes: me asustaba la gente. No la gente en general. De hecho soy un tipo bastante sociable. Lo que me asustaba era las masa anónima fluctuando por las calles. Me imaginaba entre los empujones del encierro o atascado en mitad del chupinazo y me entraban unas súbitas ganas de salir corriendo. «Que no me esperen en Pamplona» decía para mis adentros.
Contra todo pronóstico en julio de 2005 una mujer me hizo desembarcar (vestido de blanco y rojo) en la antigua estación de autobuses. Venía, por supuesto, con mis precauciones («No me sueltes de la mano», le decía a Uxue apenas vislumbraba el menor tumulto). Y de la mano me llevó hasta la Bajada de Javier donde almorzamos con un grupo de “gente” que pronto me hicieron sentir uno más.
Después del almuerzo fuimos a potear a un par de bares. Hacía calor y la “gente” salía a la calle en busca de un poco de aire fresco. Yo notaba que Uxue me vigilaba de reojo para controlar mi miedo al barullo. Pero no había por qué, yo me encontraba la mar de a gusto charlando de música con una cuadrilla de San Jorge a los que acababa de conocer. No sé en qué momento pasó una por allí una txaranga y alguno de mis nuevos amigos me agarró de la mano y entre baile y baile pasamos por Navarrería para acabar echando una caña en los alrededores del Caballo Blanco. Ya no sabía dónde estaba Uxue, pero bueno, de momento estaba bien con aquellos amigos, ya la encontraría más tarde. Fui al servicio, y en la cola me topé con una parejica de Baiona la mar de majos. No recuerdo muy bien cómo fue la cosa pero tomamos juntos varias rondas. Yo no sabía francés ni euskera y ellos no hablaban español pero os juro que pasamos un rato divertidísimo (incluso creo que nos contamos varios chistes). Me entró un poco de hambre a media tarde e intenté ordenar mi brújula para regresar al bar donde había visto a Uxue por última vez. No estaba, pero yo me comí un bocata de txistorra, por aquello de asentar el estómago. Al salir de allí coincidí con un gaditano, al que reconocí por el acento ceceante. Nos dimos un abrazo sureño y fugaz porque a unos de Rentería que pasaban por allí les gustó mucho el pañuelico rojo que yo llevaba (con el escudo bordado de la Real Sociedad) y aprovechando la coincidencia futbolera nos echamos un par de cigarrillos juntos y unas cañas. Nos dimos las direcciones antes de despedirnos en un largo abrazo txuri-urdin.
Uxue y yo nos encontramos en un bar de Calderería a las cuatro de la mañana. Hoy día, cuando alguien me pregunta qué tiene San Fermín para ser la mejor fiesta del mundo, respondo sin pensar: la gente, la gente…
Pregúntaselo a Vicente………………..
Sin duda Alejandro…Me compadezco de tí por solo haber disfrutado de once sanfermines. Tendrás que disfrutar el doble para recuperar los que te perdiste.