La Peña Oberena. Años 90. 1


Servidor y cuadrilla, que éramos unos todoterrenos de la noche sanferminera, siempre recordamos el influjo que en nuestros años mozos, allá por los años noventa, nos producía el local que la Peña Oberena montaba para las fiestas en la calle Jarauta y que lograba convertirse en visita diaria obligada dentro de nuestra apretada agenda nocturna.

¿Por qué aquel lugar nos era tan especial y cuáles eran las razones de nuestra incondicional peregrinación?.

Entro en detalles.

El local. El garito en sí no invitaba a nada; es más, era un auténtico cuchitril: una bajera larga y estrecha con dos barras y altavoces improvisados, sin ventilación alguna y con la única ornamentación de varios barriles de cerveza apilados sobre las paredes. Pero ese aspecto de cuadra adaptada a la fiesta y la atmósfera que en ella se respiraba: escasa luz, olor a cerrado, condensación a tope, el techo gotea que gotea creando charcos en el suelo y mojando al personal……….. hacía que La Peña Oberena fuese única y especial respecto a lo que podías encontrarte en otros locales. Y le daba mucho tirón, singularidad y por qué no decirlo, cierto encanto.

La clientela. Universitarios como éramos en aquella época, el local de La Peña Oberena era a nuestro juicio el local universitario por excelencia dentro de la noche sanferminera. No sólo porque tal y como he descrito en el párrafo anterior recordaba más a una carpa universitaria que a un local sanferminero, sino porque era de los escasísimos sitios de la ciudad donde lograban reunirse alumn@s de todo tipo y condición de las dos universidades de la ciudad. Cada cual con sus motivaciones. Algunas de las chicas de la Pública respondiendo al rumor de que los camareros de la Peña estaban de buen ver; algunos de los chicos de la Pública, siguiendo a las chicas de la Pública que acudían a ver a los camareros; algun@s de los chic@s de la Privada, por el subidón que les daba el poder encontrarse de marcha en un local de la calle Jarauta, etc. Sociológicamente hablando, la Peña era un filón, una auténtica bicoca. Teniendo en cuenta además que las dos mitades de nuestra cuadrilla íbamos a cada una de las dos universidades, en aquel local nos encontrábamos y desenvolvíamos como pez en el agua.

La juerga. En términos etílicos, era también el lugar donde generalmente más veces llegábamos en el punto. O en el punto y aparte. O siendo sinceros, en los puntos suspensivos……. Y fueron tantas y grandes las anécdotas, risas y escenas que allí vivimos, que perdurarán para siempre en el recuerdo y en el libro de oro de nuestra cuadrilla. Llenas de toques surrealistas, como estar cantándole a coro la canción » Yo soy minero» a esa chinita que trataba de venderte rosas con cara sonriente, hacer el gamba mientras unos australianos nos grababan con su cámara de video y que hoy nos hubiesen hecho ser trending topic  en cualquier red social o hacer de gogós improvisados sobre los barriles tratando de seguir el compás de la música que sonaba como nuestro menguado equilibrio nos permitía.

En definitiva, íbamos allí porque en esa sauna turca a la que seguramente hoy con nuestra edad nos daría repulsa hasta entrar y entre aquel batiburrillo de gente heterogénea pamplonesa nos encontrábamos realmente bien. Coincidíamos con muchos amig@s. Conocíamos a mucha gente. Vacilábamos mucho. Disfrutábamos. Cantábamos. Bailábamos. Bebíamos. Reíamos. Exaltábamos nuestra amistad; la forjábamos más si cabe. En definitiva, éramos nosotros mismos y no sé el por qué, nos sentíamos muy de aquí y muy partícipes de nuestras fiestas.

Aquel cutre local nos aportó mucho a todos nosotros. Cada uno de vosotros tendrá su local de referencia sanferminero, diurno o nocturno, donde haya pasado muchas horas y que le haya reportado muchas satisfacciones y aportaciones de cualquier índole. En nuestro caso, fue La Peña Oberena y aunque todo esto que os he contado quizás suene a chino para las nuevas generaciones, quería dedicarle unas líneas en forma de agradecimiento por los buenos ratos que allí pasamos.


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