Te veo. Sales de casa hecho un pincel. Eres la esencia misma del blanco. Fresco como una lechuga. Son las diez y media de la mañana y llevas ya varios días de sanfermines a tus espaldas. Nadie lo diría. ¿Cómo volverás a casa?
Para empezar, lo mejor es perder rápidamente la dignidad. Nada mejor que un amigo torpe en una de las minúsculas mesas del Sanse, repleta de pulpos, boquerones, jamones y padrones. La cazoleta que golpea al retraer el brazo tras untar el aceitillo pimentonado del pulpo tenía ribeiro hasta el borde. El consabido derrame interesa tus zonas pudendas, coloreando de sospechoso amarillento el blanco inmaculado de tu paquete.
Ya repuesto, en el periplo hacia lo viejo te topas con los gigantes, y lo que es peor, con tu hermana y su hijo. Lógicamente, como buen tío, subes al crío-mole a hombros y te dispones a correr ante los kilikis y bailar al son de los gaiteros. Poco a poco, el peso del chaval y el sol de justicia se van conjugando. Una de la tarde y el calor aplasta. El sudor aparece. Sudas auténtico veneno, que llevas ya 5 días de fiestas. El enano no ve el momento de parar. Al final, aun a riesgo de quedar mal con tu hermana, consigues escaquearte, pero es tarde para el cuello de tu camisa: el pañuelico ha desteñido -eso te pasa por coger el de publicidad de Cuatro-.
Resignado, te plantas donde has quedado a comer. Previamente tus manos y antebrazos ya han sido objeto de varios derrames más. Concretamente un marianito lo has tomado cutáneamente, y el palillo del pintxo de txistorra no estaba bien clavado. El manchorrotón en medio de la camisa así lo demuestra, justo a la altura de donde empieza la panza, en la que podrías apoyar el botellín de cerveza sin que se caiga. Pues bien, de hecho se cae.
Con la piñada convertida en ajedrezado jaqués por los chipirones que te has metido entre pecho y espalda en la checa, toca esperar a los toros. Pero antes debes conseguir formar una película antiadherente en las manos para poder llevar el cubo sin sobresaltos. No es difícil lograrlo, de todos modos iba a ocurrir, ¿verdad? Efectivamente, se te cae el patxaran por todo. Por mucho que chupes no vas a conseguir quitar lo pegajoso.
Casualmente, te toca llevar la sangría y rapartir. Como siempre a última hora a terminar de escanciar licores varios. Venga, ahora que nadie te ve, sumerge el antebrazo y revuelve con ganas. Pelillos a la mar, nunca mejor dicho…
Lo de la corrida ya lo esparabas. Te acomodas en la plancha en la que se ha convertido el tendido (recientes estudios confirman el origen volcánico de las gradas del tendido) y comienzas a soportar estoicamente las adversidades. Calor sofocante, sudoración de toxinas. Y repartiendo la sangría. Las uñas negras ya. Y los inevitables impactos de melocotones de triple maduración, vinarros indelebles y restos mer varios. Especialmente desagradables si están calientes y caen a la altura de la nuca, abarcando cuello y cuero cabelludo. Claro, te acababas de quitar el gorro para escurrirlo… no somos nada. Pero hoy estás de suerte. El diestro lanza la oreja que ha cortado y la cazas al vuelo. Cuando terminas de hacer todas las gracietas posibles te empieza a llegar a las fosas nasales cierto tufillo… tienes las manos rojas de los restos de sangre del apéndice. ¿Has probado a tratar de limpiar eso? La llevas clara chico. Como fin de fiesta, el consabido tropezón haciendo el gilipollas con la pancarta al acabar la corrida da con tus huesos en la arena. Te levantas rebozado escupiendo grumos. Para olvidar.
Pero estás más contento que el copón. Bailes, risas y katxis de chevecha te van llevando a la noche sanferminera. Por supuesto, no dejarás de visitar los locales más chic…más chiq…uitos quiero decir, donde la sudoración colectiva se va condensando en el techo y cae posteriormente en forma de gotitas que suavizan lo fuerte que estaba el cubata. Vas perdiendo la percepción. Ya ni siquiera te importa que el gordo del fondo te arree un sobacazo conforme sale del estrecho bar. Tampoco te preocupa que el mozopeña que hace barra hoy esté chorreando miestras te sirve otro cubata. Y no voy a entrar en la peripecia que te ha ocurrido en el baño, cuando te has tenido que agarrar a cierto sitio para evitar morder el serrín tras el resbalón que has tenido. Ni en la capa de pote que te ha dejado en el careto la pelandrusca con la que se larga tu colega cuando os la han presentado. Ni en otros posibles intercambios de fluidos, altamente improbales dado tu aspecto actual.
Derrotado, enfilas hacia casa. Todavía tienes arrestos para calzarte un txistor de los de la jarautera, los que esterilizan el instrumental. Atravesando la Vuelta del Castillo pisas una caca de perro. Al menos parece de perro. Tú no te has dado cuenta, pero tranquilo, alguien lo hará en casa al despertar dentro de un rato…
Eso que has descrito es lo que hace de estas fiestas las más democraticas del mundo, si todos vamos a volver a casa igual de puercos no es necesario gastar una pasta en un traje de faralaes de de Dolche y Galbana, todos con pantalones comprados en Chile por seis euros el dia cuatro de julio y a correr.
Es que si llevas un pañuelo de Cuatro te mereces todo lo que te pase
Que razon llevas Sanferman, aquien no le han sucedido todas esas cosas algun dia u otro. Eso sin contar que no te canten un cumpleaños feliz en los toros y salgas apestando a vino hasta la arcada. Si es que luego nos quejamos de que no se liga en San Fermin, ¡¡nos a jodido!! con estas pintas y estos olores.
Por cierto ¿que me decis de esa jodida moda que han cogido ahora los crios de llenarse de mostaza, ketchup y demas ponzoñas el dia del chupinazo? ¿alguien me lo puede explicar? Un saludo.