La sal de la vida 10


Esta es mi primera entrada para este blogsanfermin.com que nos regala cinco minutos de San Fermín al día, algo imprescindible para soportar de la rutina los otros 356 días del año. Y, por supuesto, lo primero que quiero hacer, antes de abrir la puerta del todo, es dar las gracias a los anfitriones por esta invitación. Es para mí un honor formar parte de este insigne elenco de pamplonautas que nos recuerdan que cualquier día puede ser fiesta si nos lo proponemos; pero también da un poco de vértigo no coger el tono. Al fin y al cabo, los sanfermines dan para mucho y nunca se sabe por donde empezar, así que asumiré el riesgo pensando “¡Valor y al toro!”, como dicen en mi casa cada vez que mi madre hace el primer estofado postemporada taurina.

Para este primer día he decidido arriesgarme a que me salga algo un poco almibarado pero me apetecía empezar contándoos una historia de Joaquín, mi padre que (salvando a los presentes) era, posiblemente la persona más sanferminera del universo (y eso sin exagerar ni un pelo).

Después de varios años de noviazgo, mis padres decidieron casarse y, al poner la fecha de boda por alguna extraña razón que nunca he acabado de entender, eligieron el 2 de julio; que ya hace falta tener mala idea. Dice mi madre que ella, en realidad, ya sabía que era muy mala fecha, pero que como mi padre dijo que le gustaba… Hasta que empezaron su luna de miel y el primer día bien y el segundo también (bueno, esto me lo imagino porque no es algo sobre lo que la gente suele entrar en detalles cuando habla con sus padres); pero llegó el 6 de julio y mi padre se puso más triste que una acelga, y con una cara de lástima tan evidente que mi madre decidió que no merecía la pena seguir haciendo el viaje en esas condiciones y le propuso que se volvieran a casa a celebrar los sanfermines “como dios manda”. Tengo la impresión de que Joaquín no se hizo rogar ni un segundo, no fuera a perder aquella magnífica oportunidad.

Siempre cuentan que fueron grandes, aquellos sanfermines de 1970.

1970

Bueno, los de 1970, y los del 71, 72, 83… Porque todos los años eran, según él, los mejores sanfermines de su vida. Lo mismo que cada año opinaba que el cartel de la feria del toro era un poco peor al del año anterior; pero sobre este punto no puedo opinar porque el pobre hombre sufrió la decepción de tener un par de hijos bastante antitaurinos. Eso y lo de irse a partir del 11 o del 12 de julio a la playa eran dos cosas que nunca pudo entender de nuestra generación. Yo creo que le escandalizaba más que si nos hubiese visto lanzándonos de la fuente de Navarrería. Bueno, en realidad, no. Era bastante purista y eso también lo criticaba con tanta pasión como si estuviera hablando de un asunto de vital importancia. Al fin y al cabo, para los que lo llevamos en vena, cualquier asunto sanferminero lo es.

En cualquier caso, ni uno solo de los años de su vida desde ese 1970, dejó de celebrar el día 11 de julio el DiMaSú. Al final, se aburría sin mi madre y se iba a tomar un pote con mi tío al salir de los toros y a eso de las 11 se encontraban con ellas, como por casualidad en la plaza del castillo.

Esto es lo mejor de las fiestas de San Fermin,

Pequeñas tradiciones.

La sal de la vida.

 

 


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