La tarta 4


Nos había tocado hacer barra, junto con otra cuadrilla, el último turno de la noche. Una vez que logramos cerrar tuvimos que cumplir con las obligaciones propias de limpiar el local y dejar las cámaras con suficientes existencias para que a la mañana siguiente el género estuviese a la temperatura ideal. Cuando nos íbamos a marchar a casa, los de la otra cuadrilla nos empujaron para ir a almorzar a casa Marceliano, la verdad es que a pesar del cansancio no tuvieron que insistir mucho. Mientras nos preparaban los huevos fritos, txistorra, etc. aprovechamos a ver el encierro, inicio en la tele, corriendo a la valla para ver pasar los toros entre los pies de la gente que estaba subida a la valla y vuelta a la tele.

Almorzamos como sólo se puede almorzar en Sanfermines a pesar de la vigilia nocturna y, una vez acabado el almuerzo, nos despedimos quedando con la otra cuadrilla para el día siguiente, o sea, para ese mismo día. Pusimos el piloto automático y nuestros pies nos llevaban a casa mientras nuestros cerebros, en stand-by, únicamente eran capaces de visualizar nuestras respectivas camas, cuando de repente, al pasar a la altura del Alhambra alguien dijo algo. A los tres que volvíamos por el mismo camino nos costó darnos cuenta de que esa persona se dirigía a nosotros y un poco más interpretar lo que nos había dicho que fue algo así como «si me ayudáis a sacar la basura os regalo una tarta«.

Tras vencer la inicial resistencia y ponernos de acuerdo, entramos al restaurante con quien nos había interpelado y cumplimos con lo acordado, tras lo que nos enseñó la cocina del restaurante, una langosta que tenían para preparar, etc. y nos entregó la prometida tarta y una botella de cava.

Tras el merecido y breve descanso y como las cosas compartidas saben mejor, decidimos llevar la tarta a los toros y comérnosla tras la merienda. Cuando dejamos caer que llevábamos una tarta del Alhambra, las cuadrillas de alrededor nos miraban con desconfianza, pero cuando empezamos a comerla y repartimos algunos trozos, los que desconfiaban confiaron tanto que un trozo minúsculo que se le cayó a uno de nosotros, no llegó al suelo ya que fue cogido al vuelo por uno de los desconfiados.

Ni que decir tiene que la tarta, con nueces por encima, estaba de muerte y más en los toros con un día de sol.

YA FALTA MENOS.


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