La última batalla 11


Día 14 del séptimo mes. Las huestes aparecen puntuales. Se despidieron en sus casas de madres, mujeres e hijos y se agolpan en el umbral del Fuerte . Algunos acompañados de sus esposas que no les quieren dejar solos. Los corazones de los más jóvenes laten acelerados, mientras los veteranos enopiones en la retaguardia hacen orgullosos otra muesca en el cinturón. Van a vivir otra última batalla. Es hora de cargar fusiles y llenar alforjas.

Tras ocho días de guerra se observan caras de cansancio, de derrota, de dolor….Pero la gloria les espera. Hoy será el último día y tienen que darlo todo. Saben que no habrá mañana. El comandante en jefe da la orden de partida. La artillería con el estandarte y la banda conduce a sus hordas  por la ciudad camino del campo de batalla .Suenan tambores de guerra. Los vecinos salen a su paso lanzándoles vítores, y deseándoles suerte, a sabiendas de que mañana no volverán a desfilar por sus calles.

Están a la expectativa. Nerviosos. Saben que en las encrucijadas del camino encontrarán tropas amigas que les apoyarán desde el tercio norte. Y se les unirán caballeros autóctonos sin blasón que les identifique apoyándoles en su cruzada. Incluso los heridos se apuntan a esta última lucha luciendo orgullosos sus pendones en el pecho.

El dolor de las heridas sólo puede ser restañado por el ardor del alcohol que en breve se apoderará de sus cuerpos y mentes. Cantan su himno antes de la mortal reunión y se ven las primeras lágrimas en los ojos de los que les despiden. Mas tarde, los ojos vidriosos serán comunes a todos los guerreros.

Un último alto en el camino. Las posadas son buen lugar para ultimar los detalles y esperar a los rezagados. Las órdenes son claras, pero no está demás repasarlas, y comprobar que las provisiones serán suficientes.

Hacia las puertas del abismo se dirigen artilleros valerosos que formarán la primera línea de ataque para abrir paso al estandarte y a la banda. Hoy tocarán el Réquiem.

La batalla es durísima. Las provisiones van desapareciendo rápidamente. A pesar del calor y la ausencia de nubes, una curiosa lluvia roja tiñe sus vestimentas durante todo el combate.  Más de dos horas de enfrentamiento. Las ultimas dos horas. Ninguno cae. No hay prisioneros. Y los heridos moribundos se recuperan para ver la victoria final. Los compañeros que codo con codo han luchado, no volverán a verse hasta la próxima batalla y se abrazan orgullosos, sabiéndose fieles a su Rey. Vuelven a ondear los estandartes. Las bandas de las tropas aliadas tocan al unísono sonidos de despedida en honor a su Patrón, por el que ferozmente han luchado. Nobles y plebeyos se funden en un abrazo de alegría, bailando al son de sus castigadas gargantas. Abandonan el campo de batalla henchidos de emoción, despidiéndose del albero ensangrentado, en el que tanto han disfrutado, y al que saben que volverán.

La complicidad de la noche les servirá para celebrar un acto final que nos reúne a todos al humo de las velas, en el que homenajearemos al Santo en su despedida.

En la época septembrina beberán y bailaran por los caídos, y esperarán con impaciente lealtad la llegada del estío para honrar nuevamente a su Patrón.


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