Recién cumplidos los dieciocho, a uno de mi cuadrilla le comentaron la existencia de unas ventanas en la Calle Estafeta desde las cuales se podía disfrutar del encierro, sentir la emoción de los corredores y el estruendo imponente del paso de los morlacos.
Se trataba de tres o cuatro ventanas con barrotes granates que se situaban en la parte derecha de la primera mitad de la Estafeta. Todavía las estoy viendo. El acceso a las mismas era sencillo, y en cada una de ellas cabían unas tres personas de pie. Hoy en día las ventanas no existen ya que en su lugar hace unos años se instaló el restaurante de un conocido cocinero.
No tardamos en realizar nuestras averiguaciones y el día 6 de julio de aquel año nos recorrimos la Estafeta para situar las ventanas, analizar su acceso, los posibles riesgos, etc.
La jugada a realizar todas las mañanas era sencilla. Consistía en ponerse en el cordón que formaba la Policía Municipal en la calle Mercaderes a la altura de los grandes almacenes Unzu. Las primeras veces disfrutábamos de los nervios previos al encierro, charlabas con unos y otros, incluso algún despistado te hacía preguntas del tipo “¿Por dónde vienen los toros?”.
Cuando la multitud lograba romper el cordón policial, entre las 7.55 y 7.58 horas de la mañana en función de la cantidad de corredores y la intensidad de sus empujones, comenzaba nuestra verdadera carrera, en la que te jugabas el llegar a las ventanas en las primeras posiciones y acceder a las mismas.
La mayoría de los que realizaban ese sprint acababan en el siguiente cordón policial que se solía situar a la altura de la bajada de Javier, este cordón se rompía al lanzarse el cohete que anunciaba el comienzo del encierro. En nuestro caso, si lográbamos acceder a las ventanas nos subíamos a las mismas y esperábamos ansiosos el paso de la manada, en caso contrario nuestra opción era correr hasta la plaza.
Curiosamente, uno de los pastores que se incorporaba a la carrera en ese punto de la Estafeta nos exigía que le dejáramos libre la primera de las ventanas. Eso suponía que nuestros invitados, amigos y amigas que pasaron por las mismas durante algunos años, tuvieran que acudir en número reducido.
Así trascurrieron nuestros primeros años en el encierro. Poco a poco fuimos dejando las ventanas para hacer nuestros pinitos en el mismo con la satisfacción personal que eso suponía.
En fin, que lo de las ventanas fue un auténtico éxito y un bonito recuerdo para todos.
Mientras no os subáis a los balcones…