A mes y medio vista la AEMET no funciona, así que para atinar en las predicciones metereológicas sanfermineras yo siempre tengo a mano a mi particular pastor del Gorbea: mi amigo Juantxo el jipi, que a estas alturas del partido ya habrá apañado el disfraz para el tendido de sol. Lo único que hay que hacer es un vaticinio a la inversa: si, por ejemplo, este año se ha decantado por el traje de submarinista, Pamplona se convertirá durante nueve días en el desierto de Atacama; si le da por disfrazarse de Yolanda Barcina (otra pitonisa a la inversa, con sus rosarios de buenas noticias) y alisarse el pelo, caerán chuzos de punta como si todavía siguiéramos en ese mayo marceado de lluvias y barro.
La lluvia, por cierto, en San Fermín tiene algo de épico. He visto cosas que nunca imaginarías: gente llorando de felicidad y chapoteando en los charcos mientras sus lágrimas se pierden en la lluvia; tormentas bíblicas que convierten los baches en piscinas olímpicas (todavía no se ha dado el caso, que sería lo suyo, de que el agua se convirtiera en vino, eso también es verdad), diluvios higiénicos y milagrosos que parecen pagados por FCCA y dejan las calles como una patena cuando el olor a pis y a sobaco ya resultaba irrespirable…
La lluvia, sin embargo, me temo que no gusta mucho en San Fermín, no pega, reduce la ingesta de bebidas espirituosas…; pero es curioso, porque cuando no llueve la gente pide ¡agua, agua! y esta se inventa, llueve agua del grifo, las nubes se sustituyen por baldes y descubrimos alborozados que todas las miss camiseta mojada del mundo están en Pamplona.
Un día de estos, en definitiva, llamo a mi amigo Juantxo el jipi y os paso el parte, aunque —eso sí lo podemos decir porque es infalible—, ya sabéis: por la noche no os olvidéis nunca de coger una chaquetica.
Como buen navarro la chaquetica por si acaso, si señor!