¡¡¡Pipipipipipipíííí!!!
¡6 de julio! ¡Único día del año que sientes placer al oír el despertador! Pero este año es diferente. Hemos quedado a las 9 con mis amigos para almorzar y antes tienen que ducharse y acicalarse nueve personas. Así que son las… ¡seis de la mañana! Yo he decidido ser el primero que pase por el baño, no vaya a ser que se agote el agua caliente.
La verdad es que no sé cómo lo hemos conseguido pero a las nueve menos cinco estamos todos en la calle camino del bar donde vamos a almorzar. Se nota que ayer conseguí llevar a mis ovejas al redil a tiempo antes de que se liaran a cubatas.
El bar donde almorzamos está cerca de mi casa, afortunadamente. Hemos reservado mesa para 35, la decena de amigos de la cuadrilla e invitados llegados de los cinco continentes. Literal. Kofi Anam, un aficionadillo a nuestro lado.
Es un ritual divertido aunque recurrente cada año, explicar a los forasteros cómo le podemos llamar almuerzo a una ingesta a las 9 de la mañana basada en huevos fritos, tomate, patatas, lomo, txistorra, ajoarriero y demás, con bien de tintorro. Y claro, café y copa sobre las diez y cuarto de la mañana. Bueno, pues es el almuerzo del día 6, sin duda uno de los «momenticos» de la fiesta.
A partir de ahí, txanpan, cava o sucedáneo, esperar al txupinazo y torrente de tópicos para describir ese momento: explosión de alegría, juerga desenfrenada, farra sin límites, exaltación de la amistad y cantos regionales. Y procurar no perderse, claro, aunque ese es otro tema…
Si es que se me hace la boca agua leyendo las ricas viandas del almuerzo del día 6.
¡El mejor almuerzo del año!
El día 6 también se puede vivir sin almuerzo… que remedio!
Por cierto ¿quien paga la jala? ¿el anfitrión?