Microrrelatos Finalistas 2009


Ganador: EL ULTIMO ENCIERRO, de Javier De Prada

(A San Fermín pedimos…)
Al alzar el periĂłdico vi la mancha de sangre seca en mi mano. EntonĂŠ la plegaria intentando conjurar el miedo que ascendĂ­a por el pecho y me abrasaba como una cornada caliente.
Me llamĂł la atenciĂłn su indumentaria, como de otro tiempo, la quietud hierĂĄtica y su mirada sombrĂ­a. La esquivĂŠ clavando los ojos en la hornacina.
(… dándonos su bendición.)
El Ăşltimo canto era la seĂąal para que cada cual ocupara su puesto, como una emboscada en un desfiladero. DescendĂ­ la cuesta empapado por el pĂĄnico. El peligro ya olĂ­a a pĂłlvora.
Me siguiĂł, tocĂł mi espalda y me espetĂł:
– TĂş no me conoces. Soy Esteban. CaĂ­ en 1924.
Me seĂąalĂł una figura borrosa con la que nadie tropezaba. Sujetaba un pedazo del santo capotico.
– Y tambiĂŠn estĂĄn los otros doce, en su lugar del recorrido, atentos al quite.
Entonces descubrĂ­ con estupor mi camiseta desgarrada y sanguinolenta.
Me dijo conmovido:
– SĂ­, Matthew, corriste tu Ăşltimo encierro en 1995. No pudimos hacer nada.
El estallido del cohete silenciĂł mi grito incrĂŠdulo.
Y me abracĂŠ a ĂŠl llorando mientras la manada ascendĂ­a como un tren cremallera y pasaba por encima sin reparar en nosotros.

2Âş clasificado: EL CHUPINAZO, de GinĂŠs Mulero

¡Viva San Fermín! La mecha prende y el cohete sisea hasta ascender abriendo el trozo de cielo en júbilo. En la Plaza del Ayuntamiento llueve el cava y una explosión de cánticos incendia con benevolencia mi entrada en la mayoría de edad. Unánimes cantamos “Todos queremos más… libertad”. Como un solo cuerpo unido por una faja roja, vehementes, botamos. En un castellano roto, la muchacha escandinava que de frente me frota con sus senos exuberantes, duros como piedras, tararea en mi oído: “…porque bebiendo vi-no nos co-no-ce hasta el Pa-pa”. La sangre viaja en palpitaciones por la autopista de mis venas. Hemorragias varias de pudor aúnan esfuerzos concentrándose en un lugar común. Sus labios mojados de zurracapote sellan los míos y temo que el ajoarriero del desayuno la eche para atrás. Especulo que los de la Peña La Jarana que nos rodean se mofen… Mi ardor es abarcable y la rubia lo ataca, por encima del pantalón. Lejano oigo un “…que te ha pillao el carrico del helao”, y cierro los ojos imaginándome a Hemingway y San Fermin conversando sosegadamente sobre mí. Levanto las pestañas regresando al mundo. No está. Un río humano se la ha llevado. Pobre de mí…

3Âş clasificado: FIN DE FIESTA, de Alberto Montoya

Eran las doce pasadas. Sonaba la última traca del Pobre de Mí, y la gente, aunque ya en menor cantidad que otros días, alborotaba el ambiente, aún con ganas de fiesta. A su alrededor, las peñas animaban mientras la muchedumbre cantaba emocionada, los niños, jugando, evitaban a toda costa que se cayera la cera de las velas como si de un tesoro se tratara, para la gente joven aún daba tiempo para una última noche de excesos… No parecía un fin de fiesta, sino el comienzo de otra, como si los días no pasaran factura a los espíritus allí congregados. Recogió su manta, envolviendo con ella las gafas de plástico de dos euros, las pulseras de cuero ennegrecido y aquellos típicos sombreros de vaquero que tanto animaban la media altura de los bares. Nadie se había fijado en él, solo era otro vendedor de piel oscura y curtida, al que todos intentaban regatear hasta el empalago, otro “pobre hombre que tiene que ganarse el pan mientras otros derrochan sin parar”, como pensaban los que le observaban. Pero él estaba orgulloso, todo había vuelto a salir perfecto. Sigilosamente, se adentró en las oscuras calles, dejando atrás la fiesta. Su Fiesta.

4Âş clasificado: BIG BANG SANFERMINERO, de David Vital

El murmullo de la masa era ensordecedor. Mi cuerpo convertido en plastilina, moldeado por la presiĂłn que ejercĂ­an en mĂ­ las personas situadas alrededor. El aire era tangible, se podĂ­a tocar el aroma a tanino que desprendĂ­an las botellas que se descorchaban de mil en mil. Era seis de julio y el reloj palpitaba lentamente hacia las doce, hora en la que comienza el aĂąo navarro.  AllĂ­, en ese escenario tan rocambolesco, interceptĂŠ tu mirada. De repente, una mano golpeĂł mi cara alzando el paĂąuelico con fuerza. OĂ­ el alma de la concejala gritando. La emociĂłn comenzĂł a encender  la mecha  del nervio mĂĄs alejado de mi pie. El cosquilleo recorriĂł mi pierna y ascendiĂł rĂĄpidamente  sincronizado con  el sonido del cohete que conquistaba el cielo.  Recuerdo un «impasse» en el tiempo. Un microsegundo de incredulidad me invadiĂł. El «big bang sanferminero» comenzaba. En ese instante otra vez tu mirada entre las estelas de la gente. DespuĂŠs llegĂł el estallido, una onda expansiva de gozo, placer y jolgorio envolvieron mis entraĂąas. La inercia y la deriva  me arrastraron hacia ti. Esta vez no naufraguĂŠ, te agarrĂŠ, te besĂŠ y desde entonces nuestro aniversario se viste de blanco y rojo.

5Âş clasificado: ESE AFORTUNADO TRAPO ROJO, de JosĂŠ Francisco Alenza

No tenĂ­a que haberse metido. Nunca se llega a tocar fondo. Siempre se puede empeorar. No tenĂ­a que haberse metido. Ahora sabĂ­a, entre los bufidos y las babas del Jandilla, que habĂ­a sido un tremendo error. Que la malĂ­sima racha que arrastraba desde hace tiempo no habĂ­a terminado. O que podĂ­a terminar ahora entre esos puntiagudos pitones.

La crisis le habĂ­a dejado sin trabajo y sin piso. Carlota le habĂ­a abandonado. En ello pensaba mientras trataba inĂştilmente de zafarse del Jandilla. OĂ­a y veĂ­a los intentos de los mozos por llevarse al animal. Pero ĂŠste insistĂ­a en golpearle. Resignado y agotado se abandonĂł a su suerte…

De repente notó que se teùía de rojo la sombra de la bestia. Y al instante siguiente se vio libre del monstruo y levantado por los mozos.

Todos le felicitaron por su suerte. Era increĂ­ble que sĂłlo tuviera rasguĂąos. Pero mĂĄs increĂ­ble era que nadie hubiera visto el trapo rojo -blusĂłn o jersey- que se llevĂł a Afilador. Tampoco en la tele ni en las fotos se veĂ­a ese trapo rojo. Pero ĂŠl lo notĂł y lo sintiĂł. Y ahora iba a la iglesia de San Lorenzo a dar gracias por su buena suerte.

6Âş clasificado: A BUEN ENTENDEDOR…, de Uxue Etxebeste

Las doce menos cinco.  El paùuelico en las manos. Cuatro minutos en la tele, de aglomeración patrocinada por pelotas gigantes regada con vinos flojos con burbujas. La respiración acelerada y el corazón en un puùo.  Sudor en las manos de puro nervio. Aquellos paùuelicos de cuando era cría, que desteùían todo y acababa las fiestas con toda la ropa a corros rosas. La voz del locutor intenta explicar quÊ es la emoción.

ÂĄViva San FermĂ­n! Gora San Fermin!

Un nudo en la garganta; una lĂĄgrima con sabor a distancia; un aĂąo mĂĄs en otro sitio; unos sanfermines sin mĂ­; un yo sin sanfermines; un PTV expatriado, hoy sĂ­ que soy de Pamplona; un «yo quiero estar allĂ­»; otra lĂĄgrima, sabor kalimotxo, almuercico y bocadillo de ajoarriero en los toros; los pelos de punta en la procesiĂłn; un dolor de alma de salida de las peĂąas y yo aquĂ­ lejos; un ÂĄoh! al mirar los fuegos; un empacho de churros; un mareo de subir a la noria; un kiliki con mala uva; veinte euros en la tĂłmbola y me toca un paquete de galletas.

Eso es mi emociĂłn.

Pobre de mĂ­. Del aĂąo que viene no pasa. Yo voy.

7º clasificado: CONFESIONES INSÓLITAS, de Consuela Dobrescu

EstĂĄn a punto de volver a hacerlo. Lo noto en el aire. De nuevo adornarĂĄn mis fachadas con tapices extraĂąos y pisarĂĄn sin parar mi piel, mis calles, embriagados por la euforia del ritual. No estarĂĄn sĂłlo los de siempre, sino que traerĂĄn a hermanos de todos los colores. Me cantarĂĄn en mil idiomas, me recorrerĂĄn a pasos diferentes, me amarĂĄn de blanco y me llorarĂĄn con lĂĄgrimas de vino. ObrarĂĄn milagros: harĂĄn noche el dĂ­a y dĂ­a la noche. Se les detendrĂĄ el tiempo y se creerĂĄn eternos. SacarĂĄn a mi joven obispo de Amiens de su descanso y lo adorarĂĄn como nadie mĂĄs que ellos sabe adorar. SerĂĄn amables, atentos, descuidados y salvajes con ĂŠl y conmigo. JugarĂĄn traviesos con sus siervos, los astados, queriendo olvidarse de que ellos mismos sirven a Uno mĂĄs grande que ellos. Se volverĂĄn niĂąos, pensando que el maĂąana no existe y que la alegrĂ­a reinarĂĄ en su interior para siempre.

Lo harĂĄn porque tienen la certeza de que hagan lo que hagan, me llamen como me llamen, Pamplona, IruĂąa, Pampelune, yo les cuidarĂŠ en todo momento. ÂżCĂłmo podrĂ­a no hacerlo, si ellos son mi alma?

8Âş clasificado: LA REINA NEGRA, de Roberto Cormenzana

Todos se detienen y la Ăşltima comparsa toca sĂłlo para mĂ­ sus Ăşltimos acordes, y doy vueltas y mĂĄs vueltas como un derviche a ritmo de polka de gaitas, y una estela roja y blanca que se come a sĂ­ misma se estampa en el azul cielo y en el gris de los adoquines. Toko-Toko me da la espalda pero mi corazĂłn seguirĂĄ siendo suyo. Varios metros mĂĄs abajo, la Japonesa estĂĄ comiendo churros, y Caravinagre y NapoleĂłn hacen de las suyas. Con el palo no, con la verga sĂ­. Los niĂąos valientes les plantan cara y se rĂ­en, desafiantes. La chica relĂĄmpago me saca una foto y contempla absorta mi tocado de plumas doradas. ÂżEstoy guapa? ÂżLo estoy? Hace ya mĂĄs de siglo y medio, papĂĄ Tadeo, y todavĂ­a me emociono como el primer dĂ­a. Las nenas y los nenes mozos, que logran no derramar lĂĄgrimas, me han regalado sus chupetes, que ahora cuelgan de mis manos. ÂĄSoy tan feliz, San FermĂ­n! Nuestra magia se enrosca en mi danza giratoria y la gente me aplaude y me rinde pleitesĂ­a. Porque yo, Braulia, soy la reina de AmĂŠrica.

9º clasificado: LA NIÑA DEL TAMBOR, de María Amaya Carro

Los recuerdos son extraĂąos. A veces sĂłlo se recuerda un olor, un sonido de fondo; otras, se trata de imĂĄgenes sueltas, fotografĂ­as inertes en las que uno se ve a sĂ­ mismo, como si el alma saliera de vez en cuando del cuerpo, se contemplara y retratara para almacenarse en la memoria.

AsĂ­, entre los pocos recuerdos que me quedan de la infancia, poco dada como soy a la nostalgia, hay una foto en blanco y negro de mi misma, vestida de blanco, con una faldita corta y tableada y el paĂąuelo oscuro (rojo, supongo) al cuello, armada con un tambor con dibujos de payasos y dos baquetas de plĂĄstico y rodada de una multitud a la salida de las peĂąas. De fondo, suena en la imagen el «txun-txun» y la algarabĂ­a. Y yo, tĂ­mida y agazapada entre toda aquella gente, me sentĂ­a tremendamente feliz.

Ahora que soy madre, vestirÊ a mi niùa con una faldita blanca y un paùuelo rojo, le comprarÊ el tambor, la trompeta o el globo de moda; y espero que dentro de muchos aùos, recuerde -como si de una fotografía se tratara- su imagen vestida de pamplonica,  un día de San Fermín, sintiÊndose tremendamente feliz.

10Âş clasificado: MIEDO, de Ignacio Navarro

Las risas callan. Habla el silencio. Solo. Tercer dĂ­a. Hoy sĂ­. Te acercas a la curva. El sol te ciega un segundo. Rostro serio. Respiras despacio. Giras a la derecha. Veinte metros. Tu tienda. Te apoyas. Sueltas y atas la zapatilla derecha. Dos veces. El pastor calienta a tu lado. Te acuerdas del Santo. Cruzas miradas sin ver. Das un par de saltos. Disimuladamente estiras un poco el tobillo. Brazos en jarra. Sabes que no es por calentar. Son los nervios. El miedo. Mucho. Respiras despacio. MĂĄs profundo. Ya no puedes salir de ahĂ­. Un cohete. Aguantas. Muchos corren. Aguantas. Segundo. AĂşn no. Aguantas. Te pones en el centro. Empiezas a moverte. Miras atrĂĄs. Todo se acelera. Los ves chocar. Gritos en los balcones. Ahora. Corres. Miras atrĂĄs. Corres. Te agarran. Empujas. Miras adelante. Corres. Te empujan. Te pasan. AhĂ­ estĂĄ. Uno. Solo. DetrĂĄs. Negro. Corres. Tres metros. Cuatro. Cinco. Un empujĂłn. El suelo. Te tapas la cabeza. Quieto. Ruido. MĂĄs quieto. Te pisan. No sientes. MĂĄs ruido. Gritos. Un brazo te toca. EstĂĄs bien. Puedes levantarte. El blanco ahora es negro. No hay rojo. Jadeas. Llegas al vallado. Respiras. Caminas. MaĂąana volverĂĄs. Y de blanco. Y de rojo.