Ganador: EL ULTIMO ENCIERRO, de Javier De Prada
(A San FermĂn pedimosâŚ)
Al alzar el periĂłdico vi la mancha de sangre seca en mi mano. EntonĂŠ la plegaria intentando conjurar el miedo que ascendĂa por el pecho y me abrasaba como una cornada caliente.
Me llamĂł la atenciĂłn su indumentaria, como de otro tiempo, la quietud hierĂĄtica y su mirada sombrĂa. La esquivĂŠ clavando los ojos en la hornacina.
(⌠dåndonos su bendición.)
El Ăşltimo canto era la seĂąal para que cada cual ocupara su puesto, como una emboscada en un desfiladero. DescendĂ la cuesta empapado por el pĂĄnico. El peligro ya olĂa a pĂłlvora.
Me siguiĂł, tocĂł mi espalda y me espetĂł:
– TĂş no me conoces. Soy Esteban. CaĂ en 1924.
Me seĂąalĂł una figura borrosa con la que nadie tropezaba. Sujetaba un pedazo del santo capotico.
– Y tambiĂŠn estĂĄn los otros doce, en su lugar del recorrido, atentos al quite.
Entonces descubrĂ con estupor mi camiseta desgarrada y sanguinolenta.
Me dijo conmovido:
– SĂ, Matthew, corriste tu Ăşltimo encierro en 1995. No pudimos hacer nada.
El estallido del cohete silenciĂł mi grito incrĂŠdulo.
Y me abracĂŠ a ĂŠl llorando mientras la manada ascendĂa como un tren cremallera y pasaba por encima sin reparar en nosotros.
2Âş clasificado: EL CHUPINAZO, de GinĂŠs Mulero
ÂĄViva San FermĂn! La mecha prende y el cohete sisea hasta ascender abriendo el trozo de cielo en jĂşbilo. En la Plaza del Ayuntamiento llueve el cava y una explosiĂłn de cĂĄnticos incendia con benevolencia mi entrada en la mayorĂa de edad. UnĂĄnimes cantamos âTodos queremos mĂĄs⌠libertadâ. Como un solo cuerpo unido por una faja roja, vehementes, botamos. En un castellano roto, la muchacha escandinava que de frente me frota con sus senos exuberantes, duros como piedras, tararea en mi oĂdo: ââŚporque bebiendo vi-no nos co-no-ce hasta el Pa-paâ. La sangre viaja en palpitaciones por la autopista de mis venas. Hemorragias varias de pudor aĂşnan esfuerzos concentrĂĄndose en un lugar comĂşn. Sus labios mojados de zurracapote sellan los mĂos y temo que el ajoarriero del desayuno la eche para atrĂĄs. Especulo que los de la PeĂąa La Jarana que nos rodean se mofen⌠Mi ardor es abarcable y la rubia lo ataca, por encima del pantalĂłn. Lejano oigo un ââŚque te ha pillao el carrico del helaoâ, y cierro los ojos imaginĂĄndome a Hemingway y San Fermin conversando sosegadamente sobre mĂ. Levanto las pestaĂąas regresando al mundo. No estĂĄ. Un rĂo humano se la ha llevado. Pobre de mĂâŚ
3Âş clasificado: FIN DE FIESTA, de Alberto Montoya
Eran las doce pasadas. Sonaba la Ăşltima traca del Pobre de MĂ, y la gente, aunque ya en menor cantidad que otros dĂas, alborotaba el ambiente, aĂşn con ganas de fiesta. A su alrededor, las peĂąas animaban mientras la muchedumbre cantaba emocionada, los niĂąos, jugando, evitaban a toda costa que se cayera la cera de las velas como si de un tesoro se tratara, para la gente joven aĂşn daba tiempo para una Ăşltima noche de excesos⌠No parecĂa un fin de fiesta, sino el comienzo de otra, como si los dĂas no pasaran factura a los espĂritus allĂ congregados. RecogiĂł su manta, envolviendo con ella las gafas de plĂĄstico de dos euros, las pulseras de cuero ennegrecido y aquellos tĂpicos sombreros de vaquero que tanto animaban la media altura de los bares. Nadie se habĂa fijado en ĂŠl, solo era otro vendedor de piel oscura y curtida, al que todos intentaban regatear hasta el empalago, otro âpobre hombre que tiene que ganarse el pan mientras otros derrochan sin pararâ, como pensaban los que le observaban. Pero ĂŠl estaba orgulloso, todo habĂa vuelto a salir perfecto. Sigilosamente, se adentrĂł en las oscuras calles, dejando atrĂĄs la fiesta. Su Fiesta.
4Âş clasificado: BIG BANG SANFERMINERO, de David Vital
El murmullo de la masa era ensordecedor. Mi cuerpo convertido en plastilina, moldeado por la presiĂłn que ejercĂan en mĂ las personas situadas alrededor. El aire era tangible, se podĂa tocar el aroma a tanino que desprendĂan las botellas que se descorchaban de mil en mil. Era seis de julio y el reloj palpitaba lentamente hacia las doce, hora en la que comienza el aĂąo navarro.  AllĂ, en ese escenario tan rocambolesco, interceptĂŠ tu mirada. De repente, una mano golpeĂł mi cara alzando el paĂąuelico con fuerza. OĂ el alma de la concejala gritando. La emociĂłn comenzĂł a encender la mecha del nervio mĂĄs alejado de mi pie. El cosquilleo recorriĂł mi pierna y ascendiĂł rĂĄpidamente  sincronizado con el sonido del cohete que conquistaba el cielo.  Recuerdo un «impasse» en el tiempo. Un microsegundo de incredulidad me invadiĂł. El «big bang sanferminero» comenzaba. En ese instante otra vez tu mirada entre las estelas de la gente. DespuĂŠs llegĂł el estallido, una onda expansiva de gozo, placer y jolgorio envolvieron mis entraĂąas. La inercia y la deriva me arrastraron hacia ti. Esta vez no naufraguĂŠ, te agarrĂŠ, te besĂŠ y desde entonces nuestro aniversario se viste de blanco y rojo.
5Âş clasificado: ESE AFORTUNADO TRAPO ROJO, de JosĂŠ Francisco Alenza
No tenĂa que haberse metido. Nunca se llega a tocar fondo. Siempre se puede empeorar. No tenĂa que haberse metido. Ahora sabĂa, entre los bufidos y las babas del Jandilla, que habĂa sido un tremendo error. Que la malĂsima racha que arrastraba desde hace tiempo no habĂa terminado. O que podĂa terminar ahora entre esos puntiagudos pitones.
La crisis le habĂa dejado sin trabajo y sin piso. Carlota le habĂa abandonado. En ello pensaba mientras trataba inĂştilmente de zafarse del Jandilla. OĂa y veĂa los intentos de los mozos por llevarse al animal. Pero ĂŠste insistĂa en golpearle. Resignado y agotado se abandonĂł a su suerte…
De repente notĂł que se teĂąĂa de rojo la sombra de la bestia. Y al instante siguiente se vio libre del monstruo y levantado por los mozos.
Todos le felicitaron por su suerte. Era increĂble que sĂłlo tuviera rasguĂąos. Pero mĂĄs increĂble era que nadie hubiera visto el trapo rojo -blusĂłn o jersey- que se llevĂł a Afilador. Tampoco en la tele ni en las fotos se veĂa ese trapo rojo. Pero ĂŠl lo notĂł y lo sintiĂł. Y ahora iba a la iglesia de San Lorenzo a dar gracias por su buena suerte.
6Âş clasificado: A BUEN ENTENDEDOR…, de Uxue Etxebeste
Las doce menos cinco. El paĂąuelico en las manos. Cuatro minutos en la tele, de aglomeraciĂłn patrocinada por pelotas gigantes regada con vinos flojos con burbujas. La respiraciĂłn acelerada y el corazĂłn en un puĂąo. Sudor en las manos de puro nervio. Aquellos paĂąuelicos de cuando era crĂa, que desteĂąĂan todo y acababa las fiestas con toda la ropa a corros rosas. La voz del locutor intenta explicar quĂŠ es la emociĂłn.
ÂĄViva San FermĂn! Gora San Fermin!
Un nudo en la garganta; una lĂĄgrima con sabor a distancia; un aĂąo mĂĄs en otro sitio; unos sanfermines sin mĂ; un yo sin sanfermines; un PTV expatriado, hoy sĂ que soy de Pamplona; un «yo quiero estar allĂ»; otra lĂĄgrima, sabor kalimotxo, almuercico y bocadillo de ajoarriero en los toros; los pelos de punta en la procesiĂłn; un dolor de alma de salida de las peĂąas y yo aquĂ lejos; un ÂĄoh! al mirar los fuegos; un empacho de churros; un mareo de subir a la noria; un kiliki con mala uva; veinte euros en la tĂłmbola y me toca un paquete de galletas.
Eso es mi emociĂłn.
Pobre de mĂ. Del aĂąo que viene no pasa. Yo voy.
7Âş clasificado: CONFESIONES INSĂLITAS, de Consuela Dobrescu
EstĂĄn a punto de volver a hacerlo. Lo noto en el aire. De nuevo adornarĂĄn mis fachadas con tapices extraĂąos y pisarĂĄn sin parar mi piel, mis calles, embriagados por la euforia del ritual. No estarĂĄn sĂłlo los de siempre, sino que traerĂĄn a hermanos de todos los colores. Me cantarĂĄn en mil idiomas, me recorrerĂĄn a pasos diferentes, me amarĂĄn de blanco y me llorarĂĄn con lĂĄgrimas de vino. ObrarĂĄn milagros: harĂĄn noche el dĂa y dĂa la noche. Se les detendrĂĄ el tiempo y se creerĂĄn eternos. SacarĂĄn a mi joven obispo de Amiens de su descanso y lo adorarĂĄn como nadie mĂĄs que ellos sabe adorar. SerĂĄn amables, atentos, descuidados y salvajes con ĂŠl y conmigo. JugarĂĄn traviesos con sus siervos, los astados, queriendo olvidarse de que ellos mismos sirven a Uno mĂĄs grande que ellos. Se volverĂĄn niĂąos, pensando que el maĂąana no existe y que la alegrĂa reinarĂĄ en su interior para siempre.
Lo harĂĄn porque tienen la certeza de que hagan lo que hagan, me llamen como me llamen, Pamplona, IruĂąa, Pampelune, yo les cuidarĂŠ en todo momento. ÂżCĂłmo podrĂa no hacerlo, si ellos son mi alma?
8Âş clasificado: LA REINA NEGRA, de Roberto Cormenzana
Todos se detienen y la Ăşltima comparsa toca sĂłlo para mĂ sus Ăşltimos acordes, y doy vueltas y mĂĄs vueltas como un derviche a ritmo de polka de gaitas, y una estela roja y blanca que se come a sĂ misma se estampa en el azul cielo y en el gris de los adoquines. Toko-Toko me da la espalda pero mi corazĂłn seguirĂĄ siendo suyo. Varios metros mĂĄs abajo, la Japonesa estĂĄ comiendo churros, y Caravinagre y NapoleĂłn hacen de las suyas. Con el palo no, con la verga sĂ. Los niĂąos valientes les plantan cara y se rĂen, desafiantes. La chica relĂĄmpago me saca una foto y contempla absorta mi tocado de plumas doradas. ÂżEstoy guapa? ÂżLo estoy? Hace ya mĂĄs de siglo y medio, papĂĄ Tadeo, y todavĂa me emociono como el primer dĂa. Las nenas y los nenes mozos, que logran no derramar lĂĄgrimas, me han regalado sus chupetes, que ahora cuelgan de mis manos. ÂĄSoy tan feliz, San FermĂn! Nuestra magia se enrosca en mi danza giratoria y la gente me aplaude y me rinde pleitesĂa. Porque yo, Braulia, soy la reina de AmĂŠrica.
9Âş clasificado: LA NIĂA DEL TAMBOR, de MarĂa Amaya Carro
Los recuerdos son extraĂąos. A veces sĂłlo se recuerda un olor, un sonido de fondo; otras, se trata de imĂĄgenes sueltas, fotografĂas inertes en las que uno se ve a sĂ mismo, como si el alma saliera de vez en cuando del cuerpo, se contemplara y retratara para almacenarse en la memoria.
AsĂ, entre los pocos recuerdos que me quedan de la infancia, poco dada como soy a la nostalgia, hay una foto en blanco y negro de mi misma, vestida de blanco, con una faldita corta y tableada y el paĂąuelo oscuro (rojo, supongo) al cuello, armada con un tambor con dibujos de payasos y dos baquetas de plĂĄstico y rodada de una multitud a la salida de las peĂąas. De fondo, suena en la imagen el «txun-txun» y la algarabĂa. Y yo, tĂmida y agazapada entre toda aquella gente, me sentĂa tremendamente feliz.
Ahora que soy madre, vestirĂŠ a mi niĂąa con una faldita blanca y un paĂąuelo rojo, le comprarĂŠ el tambor, la trompeta o el globo de moda; y espero que dentro de muchos aĂąos, recuerde -como si de una fotografĂa se tratara- su imagen vestida de pamplonica, Â un dĂa de San FermĂn, sintiĂŠndose tremendamente feliz.
10Âş clasificado: MIEDO, de Ignacio Navarro
Las risas callan. Habla el silencio. Solo. Tercer dĂa. Hoy sĂ. Te acercas a la curva. El sol te ciega un segundo. Rostro serio. Respiras despacio. Giras a la derecha. Veinte metros. Tu tienda. Te apoyas. Sueltas y atas la zapatilla derecha. Dos veces. El pastor calienta a tu lado. Te acuerdas del Santo. Cruzas miradas sin ver. Das un par de saltos. Disimuladamente estiras un poco el tobillo. Brazos en jarra. Sabes que no es por calentar. Son los nervios. El miedo. Mucho. Respiras despacio. MĂĄs profundo. Ya no puedes salir de ahĂ. Un cohete. Aguantas. Muchos corren. Aguantas. Segundo. AĂşn no. Aguantas. Te pones en el centro. Empiezas a moverte. Miras atrĂĄs. Todo se acelera. Los ves chocar. Gritos en los balcones. Ahora. Corres. Miras atrĂĄs. Corres. Te agarran. Empujas. Miras adelante. Corres. Te empujan. Te pasan. AhĂ estĂĄ. Uno. Solo. DetrĂĄs. Negro. Corres. Tres metros. Cuatro. Cinco. Un empujĂłn. El suelo. Te tapas la cabeza. Quieto. Ruido. MĂĄs quieto. Te pisan. No sientes. MĂĄs ruido. Gritos. Un brazo te toca. EstĂĄs bien. Puedes levantarte. El blanco ahora es negro. No hay rojo. Jadeas. Llegas al vallado. Respiras. Caminas. MaĂąana volverĂĄs. Y de blanco. Y de rojo.