Textos participantes en I Certamen de Microrrelatos Sanfermin (II)


ISTANT BIZIGARRIA,    Iñaki Irisarri

ZALANTZAREN KOLOREAK

Hamaika ikusteko jaioak gara. Ez dago usteak usteltzea bezalakorik. Bizitza osoa ematen da egia sendoak eraikitzen, eta, une jakin batean, istant bakar batean, argi eta garbi konprenitzen da okerrak besterik ez direla, eta horiek lehenbailehen ahanztea komeni dela. Mundu berria zabaltzen da orduan. Zorioneko unea. Istant magikoa.

Izan ere, une horretatik aurrera, denak berdin jarraitzen badu ere, zu ez zara dagoeneko pertsona bera, eta, hartara, dena da berri zuretako. Mundura berriz ere emana bazina bezala, ez dago jada iraganik, eta dena dago etorkizun.

Eta harrezkero, ezinbestez, zalantzaren bandera astinduko duzu batera eta bestera, bizirik iraun artean. Bai eta zalantzazko karkaila zabalak aireratuko ere, ingurukoek egia sendo-sendoak plazaratzen entzuten dituzunean. 

¡Viva zalantza! Gora zalantza!

Erran ez zidaten, ba, aurrerantzean bizitza normal samarra egiten jarraituko nuela, baina, ikusmenik gabe, kolorerik gabea izan behar zuela bizitza horrek… Gezur galanta! Koloreak, ikusteaz gain, usaindu, ukitu eta bizi ere egiten dira, uztailaren zazpi bateko istant magiko batean, Iruñeko alde zaharreko bazterretan, zuriak eta gorriak egiaztatu zidaten bezalaxe.

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LOS COLORES DE LA DUDA (Traducción de Istant Bizigarria)
 
Hemos venido a este mundo a ver todo tipo de cosas. No hay nada tan corrompible como las creencias. Uno se pasa la vida construyendo verdades sólidas, y en un momento dado, en solo un instante, se comprende con total claridad que son tan solo falsedades, y que conviene olvidarlas cuanto antes. Entonces se abre ante nosotros un mundo nuevo. Es un momento maravilloso. Un instante mágico.

De hecho, desde ese momento, aunque todo continúe igual, tú ya no eres la misma persona, y así todo es nuevo para ti. Como si hubieses vuelto a nacer; ya no hay pasado, todo es futuro.

Y desde entonces, necesariamente, ondearás la bandera de la duda a un lado y otro, mientras sigas vivo. Así como también airearas la ampliada carcajada de la duda, mientras oyes como los demás hacen públicas unas verdades sólidas e indestructibles.

¡Viva la duda! ¡Gora la duda!

No me dijeron pues, que de ahí en adelante seguiría haciendo una vida de lo más normal, pero que esa vida no iba a tener visión, ni colores… ¡Vaya mentira! Los colores, además de verlos, se huelen, se tocan y se viven, como en un instante mágico de un siete de Julio, en los rincones del Casco viejo de Pamplona, tal y como me confirmaron el blanco y el rojo.

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Esperando el alba,    Gabriel Camero 

Noche de julio. Algún grillo canta escondido en el parque. Calor. Sudo. No puedo reconciliar el sueño. San Fermín. Mañana Torreestrella. Miro el reloj de la mesita de noche, marca las 3:35. Me levanto, voy a la cocina y tomo un vaso de agua.

El silencio de la noche lo vuelve ruidoso un grupo de americanos que no dejan de pegar voces y de beber litros de cerveza o pacharan, da lo mismo.

Mañana Torresestrella y no puedo dormir. En algo más de tres horas tengo que volver a levantarme. Desde que acaba el encierro no puedo dejar de pensar en la ganaderia a la que debo de enfrentarme al día siguiente. Convivo con el miedo. Veo a los toros de Miura debajo de la cama, creo que sus sombras me persiguen y mi alma se tropieza.

Todo el mundo está de fiesta. Nosotros, los corredores, no. Nuestra fiesta diaria dura cinco minutos y comienza a las ocho en punto de la mañana. Quizás luego hay algunas cañas al mediodía y poco más.

No puedo dormir. Maldita sea. El grillo no deja de cantar. Enciendo el ventilador. Mañana será otro día. Solo espero que pronto llegue el alba.

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El Encierro,    Luis R. Makianich

Desde que llegamos a Pamplona, la ansiedad por las fiestas se apoderó de mí transformando mi cuerpo en un barril de fuegos artificiales por estallar.  La aglomeración de gente en torno a los vallados de madera y el bullicio expectante desde algunas horas antes de despuntar el día activó la mecha que detonará en una feroz estampida.  El sol de julio nos enardece y los mozos guían la manada como pastores desde los corralillos hasta la plaza.  Cuando veo a los corredores excitados encausarse en el rio de carne sobre un lecho de adoquines, mi corazón estalla en un repentino galope y mi cuerpo entero decide unírseles.  Jamás había participado en semejante contienda y la emoción inunda mis venas en sangre, la que puedo ver tiñendo el suelo, ahora regado de cuerpos en posición fetal.  El resto de nosotros aún formamos parte de la avalancha que al llegar a la curva de Mercaderes con Estafeta se desborda exuberante contra las barricadas, alimentando su caudal con algunos observadores, que ya son parte de nuestro inmenso e indivisible cuerpo.  La recta final nos lleva a la libertad de la plaza, donde ocho cabestros nos vitorean a los seis toros de San Fermín.