MICRORRELATOS PRESENTADOS EN LA V EDICIÓN DEL CERTAMEN 1


A mi paso por Pamplona

 

Las luces tintineantes me daban la bienvenida, consumido por una larga travesía. El fin de la jornada la marcaba una calle abalconada, fría de soledad, que severamente se prolongaba hasta el infinito… Las fuerzas cedían, el sudor corría por mi frente. Desfallecería allí mismo si no soltaba la bicicleta para tomar un respiro. Agarrotada mi mano sobre la pared y de repente un estruendo, una vibración creciente. La sentí reverberar por la piedra, por mi brazo e incluso mi ser. Algo se aproximaba, como ola furiosa que arrasa todo a su paso y me puse a dar pedales como en vida había dado… Una atronadora bestia, un astado prominente, negro como el carbón, lleno de vigor y piel de acero; acompañaba mi carrera junto al resto de sus hermanos. Podía sentir toda su fuerza, aspirar toda su bravura… cerré los ojos y sin dejar de acelerar me abandoné a aquella sensación. Cuando los volví abrir solo pude ver un letrero que anunciaba “Estafeta” De nuevo, estaba solo en aquel lugar. A la mañana siguiente retorné mi viaje con una energía renovada que jamás había conocido, a mi paso por la ciudad de Pamplona, no volví a ser el mismo.

 

Ismael Martínez Pérez

 

 

Orgullo

 

Tan solo queda un minuto. Deshago el nudo del pañuelo de mi muñeca ayudándome con los dientes. Un escalofrío recorre mi cuerpo con la cuenta atrás… ¡Por fin! Anudo mi pañuelico al cuello, orgulloso de que la gente me mire y sepa que en la playa de Salou hay un pamplonica desterrado.

 

Gonzalo Sanz de Galdeano El Busto

 

 

INTERNACIONAL

 

Llega gente de todo el mundo. ¿Ves ese de ahí? Viene de Alemania. Este otro es norteamericano. Y aquel argentino. Los hay incluso de Japón. Y es que las fiestas de San Fermín son internacionales. ¿Qué si repiten? Ya lo creo. Mira, ya están pidiendo otra ronda. No veas lo que comen. Y como beben.

 

Raúl Garcés Redondo

 

 

SANTO Y SEÑA

 

Último canto, mirada a la hornacina y… un guiri a mi lado. Teníamos en común el pañuelo rojo del martirio y el periódico, aunque el mío temblaba más. — ¿Tu primer encierro? — Le pregunté. —Sí —contestó— Pero estoy acostumbrado al riesgo… zapatos de punta envenenada, bombines de acero, maletines explosivos, huevos revueltos… —Pues aquí te vas a aburrir —dije con ironía—, solo tenemos txupinazo, alboradas de alpargata, riau-riau para desperezar los labios, saltos desde el regazo de Cecilia y toros con bata de laboratorio. ¡Ah! También sangría, zurracapote y kalimotxo en la Vuelta del Castillo y otras más. Y los churros… —Entiendo —dijo—. ¿Alguna recomendación? El tiempo apremiaba y le solté mi retahíla sin tomar aliento. —Ayuntamiento, Mercaderes, Estafeta… pero acuérdate: en Santo Domingo velocidad y potencia. Si te caes espera a que pase la manada para levantarte. Al llegar al coso, haz caso a los dobladores. Y tranquilo, se huele el pisar del toro, se escucha el miedo que hay que “engañar”, se seca la boca y no se puede tragar saliva… Por lo demás, solo hay que tener fría la sangre. —Gracias—susurró. ¡Ah! Me llamo Bond… James… Bond. ¿Y tú? —¿Yo?… Fermín… San… Fermín —dije, y grité— Ahora… ¡Corre… Corre…!

 

Juan Carlos Somoza García

 

 


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