MICRORRELATOS PRESENTADOS EN LA V EDICIÓN DEL CERTAMEN


El ritual de verano

 

La abuela aplaudía como una descosida, mientras gritaba sin parar «¡guapos! ¡valientes!» y de vez en cuando intentaba hacer un silbido llevándose los dedos a la boca. Al final de la emoción se le torcía la mano y el silbido se convertía en un atragantamiento repentino que nos hacía correr a por su botella de oxígeno y enchufarle su spray del asma. Entonces así, tranquilita, respirando dieciocho veces por minuto, seguía aplaudiendo despacio,con la cara congestionada, bajo nuestra atenta mirada. – Papá – le dije a mi padre, mientras él y mi madre arreglaban el ventilador del salón. – Deja a la abuela, es feliz así – sentenció él. Y me di por vencido. Cogí el móvil y me senté a su lado en la mesa camilla. En la televisión solo se veía una marea de pañuelos rojos en alto. Y ella seguía con la mirada fija, sonriendo tras la mascarilla. Cada verano el mismo ritual, los mismos sustos y ella quizás, más viva que nunca. – Abuela, el año que viene te llevo allí, lo prometo – le dije sonriendo. Entonces ella se abalanzó sobre mí con los ojos desorbitados, estrujándome entre sus brazos, mientras mi madre salía disparada a por más spray.

 

Laura Navas Martin

 

 

ANTE EL COMIENZO

 

El nerviosismo empezaba a acusarse, la excitación del momento y la descarga de adrenalina consiguiente le impedían estar quieto, no paraba de hacer flexiones, estiramientos y giros de cintura. Iba a correr por segunda vez en su vida en los Sanfermines y la emoción del comienzo de la carrera ocupaba todo su pensamiento. El año anterior, en su estreno, sufrió un revolcón, nada serio, más aparatoso que dañino. Había conseguido correr cerca de uno de los toros, rozarle, sentirle, le había oído jadear y le resultó una experiencia incomparable, llena de sentimientos indescriptibles, por eso había decidido volver a correr este año. Se había estado entrenando para no perder la forma, a su edad, ya madura, no podía descuidar el físico y menos si quería hacer un esfuerzo como el de correr en los Sanfermines, se encontraba bien, no había perdido elasticidad ni resistencia. Mientras calentaba, recordó la primera vez que conoció Navarra, estaba en la mili, destinado en San Sebastián y haciendo maniobras en el Valle del Roncal, acampado en Isaba. Lo recordó con nostalgia, desde entonces había vuelto a la zona en incontables ocasiones, atraído por el paisaje, por la gente. Sonó el cohete. ¡Viva San Fermín! ¡A correr!

 

PABLO ALONSO RODRIGUEZ