MICRORRELATOS PRESENTADOS EN LA V EDICIÓN DEL CERTAMEN


UNA TARDE DE SANFERMINES

 

Una tarde del 59, en el hotel La Perla de la plaza del Castillo:   –Un toro es topológicamente equivalente a una mujer –dijo Hemingway. –Fenomenológicamente, un toro es una corriente de aire – contradijo Arthur Miller.

 

Francisco Joaquín Corté García

 

 

EL JUEGO DEL PAÑUELO.

 

Birlibirloque; con ese arte mágico desapareció el pañuelo rojo. Aprensión; a dilapidar memoria. Retortijón; si no fuera porque es consciente del nuevo ser concebido en el abultado vientre diría que es un troyano de 24 horas o una digestión perezosa. Malestar general; ella languidecería si fuera un síntoma de perder al bebé, pero la reciente eco lo rebate. Despistada; aun haciendo mentalmente un itinerario retrospectivo: la taquilla de oficina, el asiento del taxi, el taburete de cocina, la higiene matinal acuclillada en el bidé… no logra recordar ni dónde ni cómo ni cuándo perdió el pañuelo. Nostalgia; anhela recuperarlo porque en él su abuela cosió sus iniciales, con él corrió su madre y luego ella un puñado de Sanfermines, teniendo un triple valor sentimental. Escanciada la noche; siente los muslos mojados de un caliente-frío como si se hubiera roto por dentro su Universo. El Paritorio con ruedas; flota veloz sin rozar asfalto alguno. Nino-Nino; la ambulancia no llegará a tiempo al hospital. Badén-Badén; joder, las contracciones disparándose. Funda; de ella sale a arreones un pañuelo rojo bordado, un puñito atrapándolo fuertemente, un bracito tenso, una cabecita oblonga amoratada, el resto… La sanitaria; especula con que escucha del Superbaby en vez del llanto un “GOOORA”.

 

Ginés Mulero Caparrós

 

 

il povere me

 

Me llamo Luca Dabenni pero mi padre me dice «il povere me». Le gusta decir que yo nací en el pobre de mí de los SanFermines de 1987. Retiene retazos que siempre hilvana igual. Comienza con una chica que se sentó a su lado en un portal, se llamaba Carina y saltaba como una posesa. Era pasar una comparsa y se activaba. Carina le presentó a una amiga que se llamaba Giselle. Con Giselle se prometió vida eterna, ojos eslavos, carrillos mullidos, asombrosa carnalidad con regusto espiritual. La última noche ella se puso triste. «Todo se acaba», dijo, «me voy a hacer el camino de Santiago». Sonó el pobre de mí y él prometió lo mismo, penitencia para quitarse los excesos. Ese fue el punto de inflexión, dice mi padre, la decisión que me gestó. Quedaron en el portal de Francia. Mi padre llegó con su pequeña mochila y sus cochambrosas zapatillas. Giselle no apareció. Papá miró hacia adelante, atrás no había nada, la suerte estaba echada y comenzó a andar. Sin saberlo mi nacimiento estaba previsto. En el camino conoció a «la bella piamontesa» que es como llama a mi madre y lo que sigue es la rueda implacable de la vida.

 

Ander Balzategi Juldain

 

 

A MEDIAS Y POR DUPLICADO

 

Soltó la mochila en el mismo banco del parque donde yo estaba sentado. —Hola —le saludé. —¿Crees que lloverá mañana a la hora del encierro? —fue su respuesta. —Eso dice la tele… ¿Vas a correr? —Ajá. —¿Tu primera vez en los sanfermines? —Estuve ya antes, pero no acabé el recorrido. He vuelto para completarlo: no me gusta dejar las cosas a medias. —¿Cuándo fue eso? —En 1980. —¡¿1980?!… Disculpa mi curiosidad, ¿cuántos años tienes ahora? —Veintiuno. Calculé mentalmente. Luego añadí: —Si las cuentas no me fallan, me estás hablando de hace 33 años. —No te fallan. Barajé la posibilidad de que le hubiera dado un buen meneo a la botella o se hubiera jalado un canuto kilométrico. —No he bebido alcohol ni he fumado hierba —¡pareció leerme el pensamiento!—: quiero estar completamente lúcido para las ocho de mañana. —Claro… A propósito, ¿por qué no acabaste el recorrido en… 1980? ¿Calambres? —Estaba el suelo llovido y me caí. —Vaya, no me digas que te rompiste alguna pierna. —Qué va. —¿Entonces…? —Vino un toro por detrás y me acorneó. —¡Ayyyyyyyyy, tuvo que dolerte horrores! —Más o menos. —¿Qué pasó después? —Me llevaron al hospital. —¿Te recuperaste pronto? —No, no me recuperé: morí a los dos días…

 

Máximo Martín Cobos