MICRORRELATOS PRESENTADOS EN LA V EDICIÓN DEL CERTAMEN


HACED LO QUE DEBÁIS

 

Negro zaíno y con una mancha blanca en el lomo. Quiero ése. Salgo del quicio poniéndomelo a rebufo. Lo he tomado bien. Dos metros, puede que tres. Los morlacos avanzan dispersados y veo mis deportivos blancos tirando de mis piernas a buen ritmo. Vale, vamos bien, dale chaval… Inadvertido pateo en la carrera una lata y ahora miro hacia atrás. Le veo la cara. Voy bien, la adrenalina subiendo. Al doblar Mercaderes empato a un tordo retrasado que en ese momento resbala pezuña en el piso y me zancadillea. Desde el vallado escucho un “ahí va la hostia”. Alguien da buena cuenta que la he cagado. Me precipito sin equilibrio: un primer plano de la fachada, un golpe en la cabeza, después un fulgor súbito en mi cerebro… Saturno, Venus, y toda la vía láctea, pero antes de perder la consciencia percibo un fuerte aguijonazo en mi muslo. Eso es asta – me digo- ése es el manchado. Me ha trincado…– me repito. No tengo ni idea, o seguramente sí, esas luces blanquecinas brillantes me suenan a cuando aquella apendicitis. Me echo mano a la pañoleta roja, y sí, sigue conmigo: -Haced lo que debáis, pero esto ni se os ocurra quitármelo del cuello.

 

Andrés Rubia

 

 

Blanco y rojo

 

Estaba sentado enfrente de la secadora. Observando hipnotizado como giraba y giraba. El blanco y rojo daban vueltas también en su mente. Era su ritual antes de salir de casa durante esa semana. El sonido del aparato le sacó de ese estado de letargo. Cogió rápidamente la ropa y, mientras se vestía, observó que el reloj marcaba las siete de la mañana. Salió de casa y recorrió la ciudad observando las calles repletas de gente, cosa que no ocurría durante el resto del año. Compró el periódico y se dirigió a su sitio habitual. Allí se reunió con algunos amigos, pero también con gente a la que no veía desde hacía un año. Se quedó un rato observando a su alrededor. Algunos hablaban enérgicamente otros mostraban sus nervios y había algunos que caminaban de un lado a otro solitarios, concentrándose para el momento. El ruido del cohete le despertó. De repente se vio en medio de un montón de gente que corría hacia él. Era 7 de julio. Primer encierro del año.

 

David García García

 

 

TIEMPO DE ENCIERROS

 

A mi lado, un corredor anónimo me guiña el ojo. Agradezco este pequeño gesto de camadería. Estoy en la cuesta de Santo Domingo listo para que dé comienzo en encierro. Y cuando lo hace el tiempo se detiene, avanza hacia delante y atrás bailando al son de la manada. Llegamos en un suspiro a la Plaza el Ayuntamiento. Atento, con todos mis sentidos en alerta, corro a toda velocidad por las calles de Pamplona. Tengo la extraña sensación de que la ciudad se transforma con cada una de mis zancadas. En Mercaderes, soy consciente de que mi anónimo amigo permanence fiel e impasible a mi lado. Esa sonrisa lo delata. Le gusta correr delante del toro. Notamos su aliento, el de toda la manada, en el cogote. Demasiado cerca. No me gustaría que el asta de esos bichos me hiciera una caricia. Mantenemos el pulso hasta Estafeta, después el callejón y por fin, la Plaza. Allí es donde mi compañero durante la carrera me estrecha con fuerza la mano felicitándome. Un escalofrío me recorre todo el cuerpo cuando dice: “Mi nombre es Ernest Hemigway.” Miro a mi alrededor. Esta no la Pamplona que yo conozco.

 

MAITE  FERNANDEZ PEREZ