El resto de tu vida.
Maialen y Lucía eran siempre las últimas de la cuadrilla en cerrar la noche. A su paso por la calle Jarauta, de vuelta a casa, Lucía preguntó: – Si pudieras elegir un día de tu vida para vivirlo repetidamente el resto de tu vida… ¿Cuál elegirías? – El 6 de julio.- Contestó Maialen sin vacilación. – ¡Vale! ¿Pero de qué año? – De este año. El 6 de julio de 2013.- Sentenció Maialen. – ¿Cómo? Pero si todavía no ha llegado…. ¡Te recuerdo que estamos en junio! – Alegó Lucía con sorna. – ¿Y? Lo elijo como el día que viviré una y otra vez el resto de mi vida… – Respondió Maialen alzando la voz. – Pero… ¿Cómo puedes estar tan segura de que lo que vaya a pasar ese día va a ser tan increíble que vas a querer vivirlo eternamente? ¡Es San Fermín! ¡Puede pasar de todo! – Tú lo has dicho.- Maialen, muy segura del acierto de su elección, sonreía mientras contestaba a su amiga.- Es San Fermín.
Raquel Gil Díaz de Cerio
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DE PADRES A HIJOS
Chocolate con churros en mano y con los ojos aún medio cerrados, veía asombrado a los mozos correr delante de los toros. Eran las ocho de la mañana, tenía sueño pero me podían las ganas de salir a la calle. La música sonaba por todas las esquinas y sólo quería bailar y correr. Tenía 5 años y, sentado a hombros de mi padre, miraba asombrado la multitud congregada por las calles de Pamplona. Gigantes y Cabezudos abrían el paso para que San Fermín fuera aplaudido al paso de la procesión. Unos cantaban y reían, otros comían y otros muchos, como yo, no perdían ojo. Por donde quiera que mirara algo llamaba mi atención. Artistas callejeros, cantantes improvisados y magos, las mulillas abriendo el camino de las peñas hacia la plaza de toros, txistus y charangas, las barracas… Después de cenar, mientras comía un helado, mis ojos cansados se iluminaban de colores y el olor a pólvora de los fuegos artificiales, hacía que mi pequeño cuerpo deseara descansar pensando en todo lo que le esperaba al día siguiente. Ahora que tengo cuarenta años recuerdo con añoranza aquellos momentos mientras, con mi hijo a hombros, veo la misma cara de felicidad y asombro.
PATXI XABIER LEOZ GARCIANDIA
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Resplandor
La temperatura era un factor irrevocable a tener en cuenta. El sudor comenzaba a ser palpable a la altura de las sienes, pero lo que me esperaba al otro lado superaba todas las expectativas, suponiendo una inmensa gratificación que alteraría mis nervios y pondría toda la adrenalina disponible en juego. Siempre había querido ver la disposición exacta de mis propios límites, y en apenas unos minutos lo averiguaría. El corazón latía tan rápido que temía confundirlo con el resonar de los cascos de los animales y salir disparada hacia delante antes de tiempo, por miedo a no dar la talla, pero era una alucinación propia de principiantes, inexpertos. Las astas de aquellos prodigios vigorosos con colores intensos esperaban alborotados desde detrás de la valla, pero estaban ansiosos por empezar la carrera; eso podía vislumbrarse en el reflejo de sus retinas oscuras. Y eran animales peligrosos, pero la maestría que desprendían era sinónimo de uno de los bienes culturales propios de España, porque un ser tan trivial en un principio, alcanzaba la categoría de extraordinario con el simple hecho de vanagloriarse con su marcha cuadrúpeda, el movimiento gentil y áspero de su musculatura. En definitiva, una marcha equiparable únicamente a un desfile de buen gusto.
Concepción Liébana García
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