MICRORRELATOS PRESENTADOS EN LA V EDICIÓN DEL CERTAMEN


EL TRIUNFADOR DE LA FERIA

 

Antes de que el último diestro enfilara cabizbajo el patio de caballos, los tres disimulábamos nerviosos subidos en el estribo con la pancarta recogida. Con el rabillo del ojo veo al foral que en un burladero habla con sus compañeros sin prestarnos, por fortuna, atención. – ¡Ahora! Grito y salimos corriendo hasta el medio del albero. Desplegamos la pancarta mirando al tendido seis y yo hinco rodilla en arena con una cajita en la mano, mientras pienso si las letras serán lo suficientemente grandes: “AMAIA, ¿QUIERES CASARTE CONMIGO?” Hoy hacía ocho años de nuestro primer beso en los fuegos y pese a haber tenido ocasión de pedírselo en París, Roma o Venecia, el centro del mundo un siete de julio es Pamplona. Mis ojos se iluminan al ver como se va abriendo un pasillo en mi Peña. Una mancha de vino con un gorro de paja es llevada casi en volandas hasta el coso. Se acerca corriendo y en una mezcla de risas y lágrimas me dice que estoy loco. Nos besamos quedando fundidos en un abrazo. Mis amigos nos suben a hombros y damos una vuelta al ruedo en lo que sería considerado por la prensa como “la mejor faena de la feria”.

 

Ignacio Navarro Otano

 

 

Tradición sanferminera de cuadrilla

 

Ser el capacico de las hostias no es santo de la devoción de nadie, pero tras un par de cubatas, todo se ve bajo otra perspectiva. Como todos los 8 de julio de cada año, desde hace ya más de diez, se vio obligado a pasearse por la calle Lindachiquía sin pantalones. El caso es que no se acordaba de la efeméride, porque el muchacho ya llevaba mucha tralla encima a estas alturas de sanfermines, y los calzoncillos culeros que llevaba puestos dejaban mucho que desear. Hubo mozas que le lanzaban piropos, más cuestión de hurgar en la herida que de lujuria, y otras, menos duchas en lo que a estos momenticos impagables se refiere, apartaban la mirada escandalizadas. Eso le pasaba por haber levantado la novia a un colega y morrearse con ella por donde el Catachú, exponiendo su pecado a la mirada de todos. De aquello hace mucho, pero son cosas que una cuadrilla no olvida. Hay quien dice que «lo que sucede en sanfermines, se queda en sanfermines». Eso es una mentira infame: Bien es sabido que los mandamientos de la ley del buen amiguete tienen que cumplirse a rajatabla. Siempre. Así que, como bien sabes, te está bien empleado, artista.

 

Roberto Cormenzana López

 

 

ME LLAMO TORO Y SOY HISPANO

 

Me llamo Toro y soy hispano. Como Rusell Crowe, el de “gladieitor”, como la selección de balonmano. Nací lejos. En una dehesa. Libre, como nace libre un gitano. Y vine a aquí, a Iruña, a morir, como mueren los bravos. Así soy yo: sin miedo, con casta, de nadie esclavo. Como a Cristo, llegó mi día. Sonó un cohete. Salté a la calle. Visto y no visto. La hice mía. En la carrera, todos corrían. Asustados. Cuántos hombres haciéndose el gallo; de mis cuernos, vasallos. ¡Pobres! Avanzando por Mercaderes sin otros placeres que salir ufanos de estos menesteres en que por sí solos entraron. La última tarde. El coso está que arde. Los mozos cantan a la autoridad, la autoridad los ignora, el pueblo devora, llegó mi hora. Suena el clarín. El torero se aprieta el fajín. Me encomiendo a San Fermín: va por ti, que si puedo, empitono hasta al sanedrín. Un capotazo. Una pulla. Un varazo. Seis banderillas. Mil aplausos. Diez olés adornan la faena. Dejo mi bravura en la arena. El torero me da pena. Yo no doy pena alguna. Un estoque me clavan. Ruedo. ¡Ay, me muero! No fui nada. Me llamaban Toro… y era hispano.

 

Nerea Eneriz Sánchez