MICRORRELATOS PRESENTADOS EN LA V EDICIÓN DEL CERTAMEN


COGER TORO

 

Edgar había nacido en Oak Park, en la misma villa estadounidense que Hemingway. Tal era la admiración que sentía por el escritor que pensó acudir a Pamplona, a los festejos de San Fermín. Él no iba a ser uno de los valientes que se lanzan en plancha desde la Fuente de la Navarrería, pero sí pasaría la noche en vela para coger toro en Estafeta. Edgar llevaba en su mano un Diario de Navarra doblado. Con dicho periódico incitó al toro colorado. Tras la mirada brava del astado se echó a correr a dos palmos de sus cuernos. El estadounidense sabía que no se le daban nada bien las carreras en curvas. Por ello, en la de Telefónica imploró a San Fermín y a Hemingway mirando al cielo y elevando tres veces el Diario. Corrió, corrió, corrió, tan velozmente que al coger la curva le pareció ir montado en una noria. Victorioso llegó a la Bajada del Callejón y entró en la plaza. Triunfante dio la vuelta al ruedo. Entre varios dobladores, nuestro héroe se sentía a salvo, pero, inesperadamente… ….Inesperadamente, el astado colorado le dio una cornada. Del susto, despertó de la pesadilla y pensó: ¨Menos mal que anoche pillé una buena borrachera¨.

 

ISABEL GARCÍA VIÑAO

 

 

LAS CAMPANAS DOBLAN POR ERNESTO

 

Espero a Ernesto sentada en la terraza del Café Iruña, al calor del Casco Viejo pamplonés. En víspera de fiestas la vida pasa con la sensualidad de un desfile de ropa interior. Desde este privilegiado palco que da a la Plaza del Castillo, Ernesto y yo le damos sentido a nuestras vidas, embelesados por la emoción, la alegría y la tragedia de los Sanfermines. Recuerdo los almuerzos en Casa Marceliano, las tardes de tertulia taurina en el Hotel Yoldi, la copa de coñac en el bar Txoko, las copiosas cenas en Las Pocholas. Son días en los vivimos la vida con más ganas de vivir; una vida que vestida de tropezones, embestidas, gritos y morlacos resoplando en los talones, recorre veloz los 825 metros que separan Santo Domingo de la Plaza de Toros. Recuerdo las comilonas, las risas, las discusiones. A Cayetano Ordóñez, al Niño de la Palma, a Belmonte. Aquí fuimos pobres pero inmensamente felices. Espero sentada en la terraza del Café Iruña…, pero él no llega. Me marcho, no sin antes dejarle una nota escrita en una servilleta de papel: “Qué triste y sola me dejas. Pamplona, 2 de julio de 1961”. Doblan las campanas. Lo hacen por Ernesto.

 

Jaime Fernández Bartolomé

 

 

Memoria

 

Ser el ADN. La memoria genética de millones de zancadas, caídas y sangre. Ser el más fiel escriba de todo un pueblo, de sus tradiciones y no poder manifestarlo. Ese es mi sino, mi triste legado y nunca he aprendido a aceptarlo. Nadie conoce cada historia, cada momento, cada curva, cada herida como yo lo hago. Nadie vive, sufre, vuela y corre como yo quisiera hacerlo. Nadie comprende lo que significa sentirlo sobre cada grieta de tu propia fisionomía siendo incapaz de gritarlo. No ser capaz de jalear a toda esa gente, no poder espolear sus pasos ni aunar tu emoción a la suya en cada encierro. Nadie entiende la espera. Todo un largo año contenida, agazapada, anhelando el tronar de un nuevo comienzo. Sí, ellos hablan de emociones, de sentimiento y de orgullo, pero nunca podrán entenderlo, al fin y al cabo no son más que personas, aunque sean la sangre que da vida a mi torso de asfalto, mis calles y mi corazón hecho plaza. Pobre de mí.

 

Oscar Ortiz Rodríguez