MICRORRELATOS PRESENTADOS EN LA V EDICIÓN DEL CERTAMEN


EL OTRO CORREDOR DEL ENCIERRO

 

¡Jo!, de par de mañana y cuesta arriba. ¡Dios mío!, mis músculos siguen durmiendo. Pero, ¿qué hace toda esta gente mirándome y gritando como posesos? A este tío que llevo pegado ya le he pisado una vez, como siga incordiándome, volveré a pisarle pero en el callo, si es posible. ¡Ay, ay, ay!, qué pedazo de curva, ya sabía yo que me iba a ir al suelo. ¡Vaya tortazo me he metido!, pero tengo que levantarme cuanto antes, debo continuar como sea. Bueno, por lo menos ahora es en llano. Qué poco respetuosos son algunos: uno, me ha tocado el culo; otro, me da con un periódico en toda la cara; otro, se me cruza por delante; otro, que va más sucio que la basura, me ha rozado todo el costado, ¡qué asquito! ¡Hala!, vaya paso más estrecho, y hay un montón de gente en el suelo, voy a salir como una croqueta rebozada en harina. ¡Qué bien!, aquí sí que hay sitio, y qué suelo más blandito. ¡Huy!, si están mis amigos por aquí, les seguiré y seguro que me llevarán a mi corralillo. Prefiero no pensar en lo que me espera por la tarde. ¡Qué vida más corta tenemos los toros bravos!

 

Maribel Delgado Martínez de Iturrate

 

 

CON UN PAR DE CUERNOS

 

Siempre había soñado con asistir a las fiestas de San Fermín. Disfrutar en primera línea del bullicio, de esa explosión de alegría y colorido que inundaba el ambiente. Deambular por las calles envuelto en el griterio y hacer del rojo y blanco su consigna. Pero sus padres cada año se mostraban reacios y le ponían mil excusas para hacerle abandonar su empeño. Que si era peligroso, que si todavía era muy joven… Y por fin, allí estaba. Lo había conseguido. Pero una vez que había logrado su objetivo, un soplo de duda le asaltó a sus pensamientos. Quizá sus padres no andaban desencaminados porque había un pequeño inconveniente: estaba en mitad de la plaza y…él era el toro.

 

Purificación Ruiz Gómez

 

 

DESVELO

 

Cuando se produce el primer zumbido del despertador, todavía son las seis. Faltan dos horas para que dé comienzo el encierro y un murmullo incesante altera ya el sosiego de las calles. Hace rato que diluvia. Con suerte lo suspenderán. Los toros resbalan y atrapan a los corredores contra el vallado, me digo con sentido del deber mientras intento telefonear por enésima vez a Miguel para que desista en su empeño. El móvil está apagado o fuera de cobertura. Me asalta un sentimiento de culpa: como las discusiones que no terminan en abrazos ni conducen a ninguna parte. El traje de pamplonica falta de entre la ropa de su armario, no así las etiquetas de las prendas que se estrenan por primera vez. Revuelvo los cajones de la cómoda para buscar, sin éxito, la imagen del santo Moreno, recordatorio de su primera comunión. Confortada me retiro a la cocina para montar la nata que adornará la tarta del cumpleaños de Miguel. Tengo la impresión de que el teléfono fijo comienza a sonar en el salón. Me siento tentada de contestar la llamada, descolgar el auricular, pero a mitad del cuarto tono la señal se corta, también la nata por un exceso de batido.

 

MARÍA ISABEL CASTELLS VALLE