MICRORRELATOS PRESENTADOS EN LA V EDICIÓN DEL CERTAMEN


Doña Rosa se pasea por el Café

 

Doña Rosa va y viene por entre las mesas del Café Iruña sin destino aparente. Le gusta regodearse, presumir, exhibirse ante la clientela, que asiste atónita a su desfile estrambótico, sea lunes, martes o domingo… sea 1 de enero, 2 de febrero, 3 de marzo… 7 de julio. Hay que ponerle fin, no vaya a ocurrir lo de aquella tarde, cuando tropezó y cayó al suelo, provocando la hilaridad general. No pensó lo mismo Don Justo, al que derramó encima la taza de té bien caliente. Entonces fue la ocasión de expulsarla de una vez por todas. Pero tras un corto paréntesis, ha vuelto con bríos renovados, para desgracia del personal. Cualquier día la arma de nuevo. Insisto, Doña Rosa, a su edad indeterminada, no debería pisar más tan ilustre establecimiento. Don Prudencio lo piensa, pero evita tomar medidas drásticas. Al fin y al cabo, piensa, no hace mal a nadie, aunque le cueste pasar muchas noches de vigilia. En realidad, se justifica a sí mismo, ella sólo busca el espíritu de su amante, el juez que aquel San Fermín nunca llegó a la cita y le hizo perder el juicio. De eso han pasado ya más de 50 años.

 

Miguel Angel Moreno Cañizares

 

 

EL FORASTERO

 

“Nunca olvidaré aquel 6 de Julio de 1959: El alcalde se disponía a encender la mecha del cohete cuando en la Plaza surgió una pequeña controversia. – ¡Agáchese, que no vemos nada! –gritó un mozo a un hombretón de barba blanca y gorra a cuadros. El forastero comprendió al punto lo que se le pedía en el lenguaje universal de los signos, y se puso en cuclillas inmediatamente. Las peñas le aplaudieron a rabiar. La ovación, los cánticos, las burbujas de champán y los chorros de vino tinto se fundieron con el chupinazo. Mil pañuelicos rojos, azules y verdes ondearon al viento. Todo era júbilo: acababan de empezar las Fiestas de San Fermín. El foráneo, que respondía al nombre de Ernest Hemingway, no se perdía una tarde de toros ni un encierro. Sé de buena tinta que San Fermín tuvo que protegerle con su capotico en más de una ocasión y que un buen plato de ajoarriero con gambas era su manjar predilecto. Recogió sus andanzas en un libro y los hijos de los hijos de aquellos que las leyeron vienen hoy a conocer esta Fiesta desde los confines más lejanos.” Así me lo contó mi madre y así os lo cuento a vosotros.

 

Yolanda Sánchez Flores

 

 

El colorido más desalentador

 

Como toda buena historia debería iniciarse, voy a empezar por el final. Me encuentro corriendo a través de una masa de gente abrumadora, mientras una ola de color rojo y blanco, muestra y oculta a la chica que conocí el día 6 de Julio en medio de la plaza de Ayuntamiento del Pamplona, si consigo alcanzarla o no lo veremos más adelante. Mientras esquivo empujones, no puedo evitar acordarme de ese primer momento en el que la vi, en una esquina de la plaza con cuatro amigas, las cuales no me miraron con buenos ojos precisamente. Sin embargo, ella no, tan sólo me esbozó una tímida sonrisa, lo que me dio pie, entre un estado digamos alegre, chisposo y dicharachero a acércame, sonsacar un nombre y convertir esa risa tímida en un torrente de risas. Lo siguiente que recuerdo es, nosotros dos perdidos por el casco antiguo de Pamplona, no nos preocupaba lo más mínimo donde pudieran estar nuestros amigos, sólo éramos ella y yo. El destino es caprichoso, pues en medio del frenesí, ese maldita ola de color rojo y blanco nos separó y la diluyó como un color más. Lo que vino, se fue, condenado rojo y blanco.

 

Unai  Peralta