Siempre los dos amigos
– Venga, bájate. – Ya te he dicho que este año no me apetece, hombre. Prefiero un poco de playa. – No me seas mojigato. Arrea que nos perdemos el almuerzo. – ¡Que no!, he dicho. Demasiada gente, demasiada juerga. Además,lo de correr delante de los toros es para gente como tú. Yo ya no tengo edad. – Mira quién habla, el abuelico. ¡Si casi somos de la misma quinta! Toma el pañuelo y la faja que siempre se te olvidan. Y apura que he quedado con Javier en el Casino. – Mira que eres pesado. Bueno, pero voy un rato y me vuelvo. La risa suena fuerte y clara. – ¡Eso mismo dijiste la primera vez que fuiste a Pamplona! Y de eso hace… – No me lo recuerdes. Dime, ¿voy bien? – Todo lo bien que puede ir un anciano como tú. – Bueno, al tajo. ¡Vaya vacaciones! A cuidar de toda esa gente… – ¡Eh! Son nuestros paisanos y he de reconocerte que para mí es un placer. Anda Pedro, abre la puerta que nos vamos donde suena la música y se respira la vida. – ¡Fermín, Saturnino, pasadlo bien! Y ambos desaparecen dejando unas volutas de humo blancas y rojas.
patxi calvet bastero
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El botón del Chache
No había festejo al que no asistiera, ni res alguna que pudiera alcanzarle. Tal era su valor y destreza, fruto de tanto como entrenaba, siempre en solitario, retando en la quietud del campo al animal, repudiando cualquier compañía humana en el silencio grave de campiña. Mal que le pesaba, mantener equilibrados cuerpo, mente y alma, en comunión con riesgo y dificultad, exigía al solitario corredor frecuentar capeas y otros festejos taurinos donde a duras penas soportaba a la muchedumbre, con sus gritos y jaranas. Tan engreído estaba de su valía y poderío que eligió los San Fermines para ignorar al populacho, aplicando el “botón del chache”: máquina de inmemorial deseo que, con sólo una pulsación, lograba acabar con el ruido que le oprimía. Nunca pensó que aquel día el simple alero de un tejado pudiera acabar con todo. Resultó inexplicable para los presentes, desgañitados hasta la exageración, avisando al dios-hombre corredor del desprendimiento. Tal vez fuera un corredor sordo, pensaron los testigos. Descifró el misterio el forense, al observar que unas pelotitas de algodón obstruían sus pabellones auditivos. En su bolsillo, encontró este fruto de las malváceas en una pequeña caja, en cuya tapa, escrita sobre un gastado esparadrapo, podía leerse: “Botón del chache”.
Juan Manuel Maestre Carbonell
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Toribio en San Fermín
Pasada la media noche en los corrales de Santo Domingo, se encontraba Toribio dando vueltas alrededor del lugar. Él era un imponente toro azabache, cuyo pelo aterciopelado resplandecía bajo los rayos de la luna llena. Uno de sus compañeros le recomendó reposar y alistarse para la larga jornada que les aguardaba, pero el bullicio de las festividades se alcanzaba a escuchar desde cualquier rincón de Pamplona, impidiéndole descansar. Finalmente el sueño terminó venciéndolo y sucumbió tendido junto al resto del grupo. Con los primeros rayos de sol, Toribio se puso de pie dispuesto para la faena. La gente comenzó a arribar y rápidamente la fiesta se apoderó del lugar, muchos asistían vestidos de blanco con pañuelos rojos atados al cuello y la cintura. A las ocho se abren las puertas y Toribio es el primero en salir, cuesta abajo hacia la Plaza del Ayuntamiento, abriéndose paso entre la multitud. Mientras corría por las calles empedradas, alentado por la gente que aclamaba desde los balcones al paso de la muchedumbre, su corazón palpitaba con ímpetu y la sangre le hervía en las venas. La espera había terminado, finalmente Toribio era participe del popular encierro, en los afamados festejos de San Fermín.
Sandra Jaramillo Botero
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