MICRORRELATOS PRESENTADOS EN LA V EDICIÓN DEL CERTAMEN


La duda metódica o el trapío

 

Dicen las crónicas de principios del diecinueve que los carniceros del Mercado de Santo Domingo fuimos los primeros en saltarnos los bandos que prohibían correr delante de los toros. Desde entonces, unos cuantos días al año, cuando paseo por la Estafeta, me ocurre que no sé si soy un hombre o un astado. Son ochocientos cuarenta y nueve metros de dudas y titubeos que me obligan a parar un momento en medio de la multitud y ver qué pasa. Suelo ver reflejado mi trapío en las gafas de sol de algún corredor. La mayoría de las veces me veo negro zaíno, arrogante, de testuz ancha y bamboleando un cuerpo musculoso. Otras me veo jabonero, con la pelambrera rizada y lechosa, alto de agujas, con el tronco aleonado y corniapretado. Algún día me he visto salinero, con la penca bien alta y acabada por debajo de los corvejones en una borla roja y bien poblada. Pero cuando realmente disfruto es cuando me veo colorado, encastado, con extremidades cortas, vientre recogido, morrillo poderoso y astigordo. Entonces sí que me gusto. El caso es que después de mirarme y remirarme, como he dicho, y solo para salir de dudas, me paro y espero a ver qué pasa.

 

Jose Luis Del Pozo León

 

 

Nostalgia

 

A veces pienso que está loco. Dice que esas fiestas son sagradas y que no pueden pasarse por alto, no un español de pura cepa como él. Así, desde que tengo uso de razón, lo veo encharcarse la panza con vino cada siete de julio. Dice que no compra quesos y chorizos porque están muy caros, pero siempre guarda un dinerito para el vino. Paradójicamente, a sus noventa años parece un adolescente. – ¡Ojalá vieras los encierros de toros, el chupinazo, la algarabía de la gente en Pamplona, Alinita! – me dice excitado, mirando al vacío. – Abuelo, despierta, hace ya más de cincuenta años que vives en Cuba. Aquí celebramos a duras penas la Nochebuena, el Año Nuevo, pero eso de los Sanfermines, eso nada más lo celebras tú – intento provocarlo. De pronto parece perder la alegría y un halo mustio se le adhiere al rostro. Ya no habla. Entonces me siento a su lado y compartimos los últimos vestigios del vino, que se me antoja un poco amargo.

 

Denisse Hernández Díaz

 

 

DÍA PERDIDO

 

En la amplia habitación del hotel, la claridad se colaba como saetas entre las persianas. Charles yacía entre varias botellas de licor. El móvil vibraba incesante dentro de uno de los zapatos deportivos. Un fajo de euros sostenidos por una liga envuelto en los calzoncillos. El cuerpo tatuado de Hemingway y un letrero «Pamplona is life», totalmente desnudo excepto un desafortunado calcetín de algodón. A un lado, sobre un diván, el inmaculado traje blanco de Sanfermines, que había sido de su padre, el rojo pañuelo invicto y los zapatos negros esperando correr delante de un astado. Mediodía. A lo lejos un disparo estridente. El chupinazo. La algarabía en las calles. El cuerpo de Charles resoplando alcohol, inconsciente. La tarde cae sobre Pamplona. Las únicas cortinas que no se han abierto en todo el día son las de la habitación del gringo ebrio. El traje y los zapatos tendrán que esperar, esperar al próximo año.

 

JEAN PIERRE JESÚS BRAVO ZAPATA