MICRORRELATOS PRESENTADOS EN LA V EDICIÓN DEL CERTAMEN


Te echo de menos

 

Te echo de menos. No soy la misma sin tener que arreglarme para ti. Tampoco sin el sentimiento acelerado que me provocabas. Esas, dicen, mariposas estomacales que vibraban en nuestra plaza, abarrotada de gente, a las doce en punto. Creo que necesito verte. Buscarte en los rincones de esta ciudad, perderme por los bares que frecuentas, detrás de los cuellos de todo el que me rodea. Te echo de menos. Lo hago cada día desde que me dejaste. Quiero sentir tu adrenalina, la que corre entre astas turbulentas que agitan mi descanso. Mi pulso. Volver a retratarte en historias de hombres que son medio gigantes. Pasear entre nosotros los capotes. Lanzarnos flores y piropos. Conseguir el mejor trofeo y vibrar en cada aliento. Te echo de menos. Tu paso imponente de camino a casa. La manera de cantarme. Mi voz desentonando nuestra balada más oportuna. Darte la mano cada noche y abrazar esas mañanas. Anhelo dejar que las horas fluyan en nuestros relojes. No enterarme de que nuestra relación tiene los días contados. Desabrocharte el pañuelo y despedirte. Te echo de menos, Fermín. Me estás haciendo sufrir desde hace meses. No sé yo si eres tan Santo.

 

Andrea  Gurbindo García

 

 

Recuerdos en mí.

 

Recuerdo que a mi mente se aferra, por donde vaya en las entrañas llevaré esta tierra, a sus gentes considero mis hermanos y hermanas, verdes y amplios parques y jardines se disfrutan desde la ventana, uniformes de blanco y rojo para la batalla; cerraré mis ojos en la lejanía para trasladar a la imaginación a aquellos días, del seis al catorce de Julio para rememorarlo toda una vida. Punto de partida de un viaje sin vuelta, sólo de ida, el chupinazo marca la salida desde la Plaza Consistorial de compartir encierros, actos religiosos, corridas de toros, ferias comerciales y sobre todo, alegrías, panacea de los males; a Hemingway encandiló, lugar cosmopolita y solidario, afecto en el ambiente se respira sin cesar, Pamplona… un hueco ha ganado en mi corazón, simplemente, me enamoró. Tanto que contar en estas ciento ochenta y cinco palabras, sin mas remedio que malgastarlas, lejos de Navarra, mi segunda casa, para volver al hogar y explicar que San Fermín no se escribe ni se lee; se vive, ¡Gora San Fermín!, (si no puedo este año a la celebración acudir: ¡pobre de mí!).

 

MIGUEL ALCAÑIZ LUCAS

 

 

La verdadera aventura de San Fermín

 

Llevaba demasiados años planeándolo y, por fin, me decidí a consumar la aventura: bajar de un salto, vestir traje blanco con faja y pañuelico rojo y escapar hacia la fiesta. Al fin y al cabo no iba a ser la primera vez que perdiera la cabeza. ¡La cabeza! ¡Qué recuerdos! Pero mejor perderla por ir al encierro que la vez primera, en Amiens. Bien disfruté con la huída: las dianas, el encierro, la ronda de jotas y la banda de música, marionetas, la corrida, el toro de fuego, los conciertos… Por fin, después de la fiesta, el regreso a escondidas: alcanzar el extremo de la calle Mayor y entrar en la Iglesia de San Lorenzo, volver a sujetarme la mitra dorada, cubrirme con la capa pluvial, agarrar fuerte el báculo y subir al relicario. ¡Vaya salto hasta arriba! Aquí no ha pasado nada. Aunque, ahora que pienso, fui obispo a los 24 años y me decapitaron a los 31, por el año 303. ¿Adónde envió mi cabeza el obispo Pedro de París en 1186? ¡Qué recuerdos! ¡Cualquiera diría que solo han pasado unos siglos…! Pero, en fin, mejor perder hoy la cabeza por ir al encierro que la vez primera, en Amiens…

 

Isabel LIzarraga Vizcarra