MICRORRELATOS PRESENTADOS EN LA V EDICIÓN DEL CERTAMEN


SAL Y PIMIENTA

 

Un joven acodado sobre la barra de aquel bar de Estafeta, ponía oído sobre lo que dos veteranos desvelan de sus secretos cuando corrían el encierro; uno ponía una castaña en el bolso trasero de su pantalón, por eso de la suerte; el otro ponía un recetario de sal y pimienta dentro de sus zapatillas, para no posar los pies en el suelo. El joven piensa las pericias empleadas por los dos veteranos y se marcha hacia su casa para tomar una decisión. De mañana prepara el aderezo de sal y pimienta en un envoltorio con papel de estraza y sale para el encierro. Faltan quince minutos para las ocho. Sentado sobre la calzada de Mercaderes pone su secreto dentro de los playeros. Apenas puede tenerse en pie, confundió la sal y la puso gorda. No encuentra refugio y queda al descubierto. Un toro cárdeno y veleto abre la manada y le empercha de la faja con su pitón derecho. El joven aguanta las tarascadas pero no puede soltarse. Entra en la plaza y un recortador hace humillar al toro desprendiendo al joven corredor. Tenía razón el veterano al señalar que no asentaba los pies sobre el suelo.

 

ÁNGEL GARCÍA SANZ

 

 

SENSACIONES NOCTÁMBULAS

 

Sensaciones noctámbulas Con la mano aún temblorosa tomó una copa y se sirvió. Oyó el tintinear de los vidrios al chocar y se sobresaltó un instante. Saboreó concienzudamente el regusto que el licor le dejaba al inundar el paladar, al pasar por la garganta. Era un placer indescriptible tras un trabajo bien hecho, sólo comparable con el que acababa de sentir. Las imágenes se atropellaban en su mente: el negro de los animales, sus astas rozando la ropa, marcando su piel, el corazón acelerándose al ritmo que los morlacos marcaban, y la sangre…la sangre saliendo de un cuerpo aún caliente. Respiró hondamente para terminar de aplacar los nervios y volvió a beber otro trago para calmar la adrenalina. Aquel color marrón de la copa se mezclaba con otro que instantes antes lo había inundado todo, sus manos, el suelo, la camisa de un blanco impoluto que ya nunca se tornaría así, y el filo del cuchillo. Sentado en su sofá vio de reojo el oscuro elemento correr por el suelo. Bebió otro trago y saboreó el placer que ambas sensaciones le producían. Aspiró el aroma del licor. Él había salido victorioso un día más de las astas del toro. Ella no de sus garras.

 

YOLANDA GENICIO SALOMÓN

 

 

¿Pero…, que hago yo aquí?

 

Ramiro, sin atender las protestas de mis casi setenta años, me cogió de la mano tirándo de mí mientras no cesaba de repetirme, «Tu tranquilo Pepe, tu tranquilo», mientras con un medio trotecillo nos uniamos al tropel de gente que llenaba la calle. Y sin que yo lo esperara me dió un empujón y me arrimó junto con el a un portal poniéndome el brazo sobre el pecho en un intento de que no me moviera, pero, ¡ni que me iba a mover! pues al instante pasaron apenas a dos palmos de mi tripa unos cuernos de más de a netro que llevaban más de cien toros de al menos dos metros de alto por seis de largo, o al menos así me lo pareció durante apenas aquellos dos segundos eternos. «Que,que tal? No me digas que ésto no te pone, joder Pepe, ¿que te pasa? ¿No te estarás desmayando?». No, no me estaba desmayando, lo que pasaba es que le había tirado los brazos al cuello y le estaba abrazando. «Pero chico, que te pasa?». ¿Que qué me pasa…? Pues nada Rami, que al miedo de mis setenta le ha podido durante apenas ese segundo eterno la ilusión de los veinte.

 

Vicente Albuixech Tello