Memorias de un toro
Pasé la noche atarantado, después del agitado recorrido desde la dehesa que me vió crecer hasta los corrales de Santo Domingo. El día amaneció bochornoso, era un 7 de julio y se escuchaban los cánticos que entonaba la gente agolpada a las puertas del chiquero. Fue entonces cuando abrieron la puerta y salí despavorido, no sabía bien a dónde me dirigía, pero seguí a todos esos mozos vestidos de blanco con sus pañuelos rojos adornando el cuello. Pasé mucho miedo por el camino. No duró más de cuatro o cinco minutos, pero me parecieron eternos; golpes contra las vallas, tropiezos con los corredores, todos queríamos salir lo más rápidamente del atolladero. Por fin divisé la plaza de toros, vislumbraba un lienzo que había abusado del blanco, pero con pinceladas rojas que me guiaban al colofón de mi trepidante carrera. Entré desconcertado, sin comprender cuál era mi destino, pero aquellos mozos me guiaron hasta lo que me pareció un vergel. Descansé de mi andanza y soñé con los aplausos y vítores de la concurrencia. Quizás, no estuvo tan mal la experiencia. Agradecí a San Fermín la oportunidad para demostrar mi nobleza y maestría.
Paqui Vaca Reyes
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San Fermín en el corazón.
La radio estaba encendida y él miraba el contorno de la melena castaña que se mecía con cada golpe de su femenina respiración. Comenzaba el encierro. Miró hacia la ventana evocando aquellos dos minutos largos de frenesí que tantas veces había corrido desde que viniera por primera vez a España. Doblaban muy juntos los animales las primeras esquinas, corriendo rápidos y apretados. Delante los mozos. En una de esas alocadas carreras había visto aquellos ojos verdes por primera vez. Un joven caía. Tensión. Por suerte el incidente quedó en nada. Suspiró tranquilo y volvió a mirarla. Navarra era un lugar muy acogedor hasta para un inglés. La manada entraba junta en la plaza al tiempo que la muchacha abría aquellos ojos grandes e hipnóticos. Eran dos minutos largos. Eternos.
Gabriel Estañ Cerezo
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Kohl
Santo Domingo. Sudando del miedo. Se que puedo, llevo todo el año entrenando, aprendiendo a girar en cada esquina, entrenado para protegerme donde sea si un toro me embiste. He pasado el Ayuntamiento, ha pasado lo peor. Corre, corre, mientras te acompaña tu tierra, tu pueblo, el orgullo atávico. Por fin, veo mi objetivo, tras Estafeta. He llegado a la plaza y, por primera vez, respiro aliviada. Lo he conseguido. Estás frente a mí, sonriendo, bajando de la ambulancia a curarme el golpe inexistente de un astado, pero tú no lo sabes. Mientras me echas agua en la sien, solo espero que el lápiz de ojos que me compré, resistente al agua, sea efectivo.
Yolanda Giner Manso
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¡GORA SAN FERMÍN!
Hoy estoy buscando la mejor manera de decirte adiós y esperando al otro, al que a lo peor no llegue a conocer. Se llama Teseo y, supongo, es mi futuro presentido. Quizá él te aniquile y quitando la causa cese el efecto y termine el dolor. Porque soñando sonreí al escuchar tus requiebros, supe que te había perdonado, pero tuve asimismo la seguridad que había algo que nunca te regalaría: el olvido. Necesito penetrar tus ojos y conocer la verdad para saborear la calma apacible de estos momentos. Ya he cantado mi plegaria junto a la hornacina de San Fermín y solamente me queda esperar el comienzo del encierro. Ella giró sobre si y bajando los brazos avistó la silueta inmóvil, recortada al final de la cuesta de Santo Domingo. El toro, su minotauro, la estaba esperando… La fiesta continuaba.
GRACIELA PEDRO de MORODER
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