Una estampida imprevista
Nunca había corrido como ese día. Me palpitaba el corazón, la cabeza me daba vueltas…y centenares de pañuelos rojos se arremolinaban a mí alrededor. Mientras giraba la cabeza, cuidándome bien de que no me pillaran por la retaguardia, uno de esos granujas casi llega a tocarme…pero el húmedo adoquinado quiso que en una curva rodara por los suelos. Mis compañeros y yo nos mirábamos de reojo de vez en cuando, mitad excitados, mitad temerosos; para nosotros aquella experiencia era nueva y bizarra, como pintada por la mano de algún pintor surrealista y retorcido. ¡Hombres y toros, toros y hombres! ¡Todos juntos y en contacto, y a la vez tan distintos y distantes…! Jadeaba por momentos, la boca seca y acolchada, mientras me preguntaba una y otra vez dónde y cómo acabaría todo. ¿Acaso aquellas estrechas callejuelas desembocaban en alguna verdosa dehesa? Mi pregunta se vio respondida al entrar en aquel extraño semicírculo, acompañado de un atronador murmullo, a la vez que decenas de ellos se cruzaban ante mí…¡pero cuidado!…mi asta se empotró contra su vientre.
Adán Moisés Arboledas Briceño
—
CORRER
La noche había sido lo suficientemente fresca como para que la mañana amaneciera con esa fina capa de rocío en las hojas del prado. Una humedad que se dejaba sentir pese al roce de sus hermanos. Los había que aún estaban acostados, otros deambulaban sin destino fijo. Ojos que se cruzan, miradas vacías de contenido, negro sobre negro sobre los que solo resaltan los brillos de sus pupilas. Aún es temprano pero el ruido de la calle es percibido como un estruendo premonitorio de lo que hoy, día de San Fermin, tenía que suceder. Mientras tanto, fuera cientos y cientos de jóvenes y no tan jóvenes empiezan a agolparse frente a la pequeña imagen del Santo, periódico en mano y pañuelo rojo al cuello. Voces de inquietud, murmullos de nerviosismo y gritos de miedo confundido entre el gentío empiezan a sonar, a adentrarse en sus cabezas, en ese círculo de preámbulo de fiesta que es el corral. Allí, rozando los lomos y las cornamentas, están cabizbajos a la espera que el cohete mañanero les anuncie lo que los mansos le habían dicho durante la madrugada. Que el portón se abriría y daría paso a una experiencia única. Que la única salida era correr.
Ildefonso Miranda Pérez
—
HEMINGWAY Y LOS SANFERMINES
Hemingway dejó un momento su mejor rifle africano apoyado contra la pared, abrió el cajón de un armario y sacó de su interior el abono para la corrida de los sanfermines, fiestas que estaban a punto de comenzar. Por un momento, la tentación trató de imponérsele. Y cerrando los ojos se vio corriendo con los bravos mozos pamplonicas delante de los toros. ¡Dios, qué emoción tan inmensa, qué coraje el de aquellas gentes que tanto llegó a admirar y tantos amigos hizo! ¡Gente noble y valiente donde la hubiera, que le había enseñado que para un hombre de verdad no existía desafío mayor que jugarse la vida y salir triunfante de este fatídico juego. Devolvió al cajón el abono para las corridas de los sanfermines. Marchó a la cocina y cogió una botella de vino que se había traído de Pamplona y guardado como un tesoro. ¡Al infierno su hígado, la hemocromatosis, y demás asesinos que lo estaban matando! Llenó una copa, aspiró su perfume con fruición antes de tomar un sorbo que mantuvo dentro de la boca para que sus papilas gustativas se embriagaran de placer. Se bebió la copa entera y finalmente cogió el arma entre sus manos.
Andres Fornells Fayos
—
Tragico
La calle Estafeta estaba saturada, casi imposible andar, como poder ser ágil y avanzar rápido para que no te atropellase, los adoquines resbaladizos de los restos de la noche no dejaba dar un paso firme. Mi estado tampoco era el más adecuado, cansado de una gran fiesta, mi cuerpo había bailado, bebido, comido en definitiva disfrutado de los San Fermines hasta última hora. Todos estos detalles hicieron presagiar mi trágico final. ¡No pude esquivarlo! La barredora me mojo entero.
Sergio Vazquez Caldito
—