MICRORRELATOS PRESENTADOS EN LA V EDICIÓN DEL CERTAMEN


Vino de perlas

 

Risueños e impecablemente vestidos con el traje sanferminero, seis jugadores de fútbol americano de los Minnesota Vikings, altos y fornidos como armarios, se abrían paso entre la muchedumbre ruidosa que desfilaba tras La Pamplonesa, la banda municipal, que recorría las calles del casco viejo festejando la diana. Delante de ellos, Baltasar les orientaba ondeando el pañuelico rojo. Les llevaba hasta su piso de la calle estafeta, en el que todos los años alquilaba sus dos balcones para presenciar el encierro. Buck, el mariscal de campo, interceptó en el aire una bota de vino que saltaba de mano en mano entre los miembros de una peña. ¿Qué demonios era aquel pellejo de cabra con la boca curvada? Se la pasó a Kyle, el ala cerrada y éste a Brandon, el corredor del equipo. De pronto, se vieron rodeados por los miembros de la peña, que se agarraban unos a otros con los brazos entrelazados por encima de los hombros, con sus prendas vinosas y resbaladizas, llenas de chorreras. Se abalanzaron sobre los guiris, en una melé más lujuriosa que belicosa. Los yanquis no opusieron resistencia, embriagados por la sensibilidad epidérmica de los pamploneses. Les abrieron paso y corrieron despelotados al ritmo de Quinto levanta.

 

Angel Merino Villafáfila

 

 

De pura pe

 

Que soy de la pura pe, de buen beber y mejor comer, de pipote y piparra; piscolari y piripi. Y ella era lejana, de largo recorrido en abecedario y ciudad. De Washington y whisky, ya ves, con doble uve: ñarra y sosa. Me pirré por esas pecas con algo de rostro y un ipurdi que quería llenar mis manos. “Canyujelpmi”, me dijo, “lo qué”, contesté. Y una cosa llevó a la otra, que fuiste tú. Se vino ella de tan las afueras a ver la fiesta de los toros y terminó, a la noche, festejando con un cabestro. De aquella fiesta hubo prorroga, penalti, gol, boda y nacimiento. Llegaste, con el pelo encendido de tu madre y las manazas de tu padre. Al poco, minutos o meses, desperté solo, con tu llantina y una carta que quizá traduzca algún día, si tengo más ánimo que tiempo. Así que ya sabes que decir. Si ríen de tu nombre, que sepan que Peio William es pura pe y lejana doble uve.

 

Valentín  Coronel Martínez

 

 

Y QUERÍAS QUE ME LO PERDIERA

 

Y tú que no querías que viniera. Desde luego, hija, que es que siempre estás igual. Que si a ver si te va a pasar algo, que si a ver si va a ser peligroso… Si fuera por ti es que no haría nada nunca, joder. Y a ver, ¿qué pasa? Pues nada, qué va a pasar. Yo aquí tranquilamente, corriendo con mis amigos, descargando tensión. Y mira cómo está todo, petadísimo, si han venido hasta los de la tele. A lo mejor nos sacan… De verdad que cuanto más lo pienso más coraje me da. Si te hubiera hecho caso… Pues nada, que me habría perdido este ambientazo, esta emoción de carrera y… pero, ¡un momento! ¿Este tío qué hace? ¡Que me ha pegado con el periódico, el hijoputa! Mira, ¡que me ha dado otra vez! Sí, sí, corre cacho cabrón, que como te enganche con el pitón se te van a quitar las ganas de andar dándome golpecitos en el testuz…

 

Domingo César Ayala Moreno

 

 

Plaza del Aplastamiento

 

-¡Venga! ¡Que sólo faltan seis minutos! Apuramos el último trago de «champán». Nos agarramos por los hombros, en fila india, el más alto de la cuadrilla de ariete. Alcanzamos las escaleras. Sobrevivimos, indemnes, a la lluvia de harina, cacao y kalimotxo. Cada paso es una lucha titánica. Avanzamos a contracorriente, pues la plaza escupe a todos los que no caben. Algunos, desmayados, salen en volandas. -¿Pretendés entrar ahí? ¡Vos estás locaaaaaa! —aúlla Néstor con cara de pánico. Arañando centímetro a centímetro, logramos alcanzar nuestro objetivo: medio metro cuadrado en el que nos fundimos con la compacta masa rojiblanca que respira, eufórica, al unísono. No hay suelo suficiente para apoyar los pies. Es el peaje por llegar a menos dos. Segundos eternos, brutales, que separan el infierno de la gloria. Aquí estamos un año más gritando desde el alma ¡Viva San Fermín! ¡Gora! Lágrimas invisibles se deslizan por los rostros. Todos sabemos que no hay mejor lugar en el mundo en este instante. -¿Cómo decís acá? ¿Plaza del aplastamiento…? Acallo su verborrea porteña con un beso de alto voltaje que le deja perplejo y feliz. Es el pistoletazo de salida a la exaltación de la amistad que irá in crescendo a lo largo del día.

 

Helena Salas Arrarás