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Allí estaré el siete del siete a las siete, encarando la Cuesta de Santo Domingo. Aspiraré el fresco del amanecer. A pleno pulmón, liberado ya del cosquilleo previo a un encierro. Veré calentar a los corredores, escucharé sus plegarias corales a San Fermín. Me reconoceré en ese hombre que repasa junto a su mujer las reglas básicas del recorrido, una vez más. Respiraré hondo, muy hondo, para empaparme del ambiente que más amo. Entonces, al filo de las ocho, iré al final de la Cuesta a reunirme con los míos, los anónimos y los célebres. Etéreos. Más veloces que la manada, bajaremos hasta Mercaderes. Porque somos el instinto que guía a los principiantes por el interior de la curva. Allí, a pie de calle, moldearemos a aquellos que están hechos de otra pasta. Somos el alma del encierro. Eternos. Correré. Correré ante los toros porque no conocí mejor forma en el mundo de sentirme libre. Y vivo, ¡tan vivo! Allí estaré, hermanos. Siempre. En memoria de Keith Baumchen «Bomber»
Franz Kelle
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VIVA SAN FERMÍN
Me asusta el bullicio. Sé que nunca podré asistir a ese mágico instante en el que, desde la plaza del Ayuntamiento, una marea de color rojo y blanco espera el inicio de las fiestas. Hay olor a pólvora en el ambiente y miles de gentes bulliciosas rondan por las calles estrechas de Pamplona. Cualquier hora es buena para disfrutar de los festejos: desde las horas tempranas de los encierros, hasta aquellas en que la noche se funde con el día, en medio de una algarabía de risas y alcohol. Son jornadas de alegría, de fiesta y agitación. Son días de bienvenida al buen tiempo y de desafío valeroso de aquellos que, con su inmaculado traje blanco y un fajín de color sangre, desde Santo Domingo, pasando por Estafeta, demuestran con pericia y coraje que se puede hacer frente a un astado, como se hace frente a la vida. Se escucharán jotas dedicadas al santo patrón navarro. Yo disfrutaré de la fiesta a mi manera, dejándome contagiar, a pesar de mis temores, por ese espíritu de júbilo que se respira en la ciudad. Son las doce, me encuentro en casa y estoy nerviosa: Desde mi televisor se escucha el chupinazo: ¡Pamploneses, pamplonesas VIVA SAN FERMÍN!
sonia saavedra de santiago
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¿QUÉ SON?
¿Que son “Los Sanfermines”?…Vaya pregunta que está haciendo… pensarán. Pero a quién le importa “qué son”, si en realidad solamente queremos pasárnoslo bien, la procesión de San Fermín, de blanco y rojo inmaculado (aunque no duremos mucho así), los encierros, comer y cenar con los de la peña, los gigantes, los cabezudos, los kilikis, las barracas, a los toros en tropel y bien surtidos (y si es posible saliendo rebozados de comida y bebida que no tenemos dentro pero si encima…), los fuegos artificiales, etc. Sí, todo esto está muy bien y es lo que se ve en la tele… pero para mí, es mucho más, pues hace 25 años que vivo fuera de mi tierra. Para mí, el momento más especial es el chupinazo (normalmente estoy trabajando), con mi pañuelico rojo voy a un bar y pido que enciendan la tele, o si no es posible, lo veo en internet en la oficina. Para mí, son un escalofrío por la espalda, un nudo en el estómago y los ojos humedecidos viendo la marabunta de gente moviéndose de un lado a otro, gritando ¡¡VIVA SAN FERMÍN!!, y yo conteniéndome para no levantarme y gritar en voz alta ¡¡VIVA SAN FERMÍN!!.
MARIA IRANZU PUEYO URROZ
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Lance y la fiesta
Año 1997. Inmerso en las interminables sesiones de quimioterapia, Lance pensó que le apetecía vivir. ¡Vivir! Así que desoyendo los consejos de sus médicos, que le pedían total y absoluto reposo, y que le decían “esto no te va a traer nada bueno, chaval” Lance hizo el petate y se marchó a los Sanfermines. ¡Con dos cojones! O bueno, con uno. “Los médicos me dais sólo un veinte por ciento de probabilidades de sobrevivir al cáncer. Bien, estando así pues las cosas, no quiero morir sin haber vivido antes una experiencia única en la vida” les dijo, y junto con su novia Christine y varios amigos tomaron rumbo a Pamplona. ¿Había sido la decisión correcta? Ahora Lance sabía que sí, mientras bebía un vaso de sangría(joder, ¡qué invento esta bebida!), abrazado a Christine, mirando los fuegos artificiales, ahora sabía que la decisión había sido la correcta. Nunca se había sentido tan vivo. Durante aquellos días el bueno de Lance bebió, bailó, y se lo pasó de puta madre. Y la última noche, al llegar a la habitación de hotel con Christine, hicieron el amor. Entonces Lance le hizo la pregunta del millón. Y aquello fue el colofón final. Pues ella dijo “Sí”. ¡Grande Lance!
Eduardo Huarte Arregui
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