MICRORRELATOS PRESENTADOS EN LA V EDICIÓN DEL CERTAMEN


Un ejemplar poco común

 

Cuentan las crónicas que hace unos años, en una finca salmantina de ganado bravo, un toro semental y una vaca murieron electrocutados mientras se apareaban. El morlaco rozó con sus pitones un cable de alta tensión que colgaba de un poste. Como a los artistas vocacionales, le llegó su hora en plena representación y, si es verdad que los animales tienen alma, estará pavoneándose de aquel mutis en el más allá mientras su pareja cuenta a sus congéneres las vacas celestiales cómo fue la descarga eléctrica que les hizo pasar a mejor vida, que ya es decir lo de mejor vida… En el primer encierro de los próximos Sanfermines saldrá un descendiente de aquel semental, un soberbio ejemplar negro zaino y astifino de casi seiscientos kilos. No tiene forma de saber cómo terminó su antepasado el semental, pero por sus genes circula una tensión particular, un hormigueo que le hace presentir que su futuro será brillante. Así que, atención corredores, cuidadito con azuzarle con el periódico en el morro porque lo suyo no es babear sobre un ejemplar atrasado sino aparecer en un titular a toda portada en la edición del 8 de julio.

 

José Javier Muñoz González

 

 

SAN FERMÍN ERA UNA FIESTA

 

Llamó a su jefe. —No he podido terminar la faena— dijo con normalidad—. Un imprevisto, un maldito manguito. Quizá tenga defecto, por que no me explico el fallo. Habría que hacerle un par de pruebas más—. Quería sonar convincente, dar la sensación de que controlaba el tema, pero que necesitaba algo más de tiempo. Guardó silencio. Cruzó los dedos y escuchó a su jefe resoplar. Parecía resignado. —Vale, entonces me quedo el fin de semana en Pamplona— preguntó, como si pensara en voz alta. Intentó parecer descolocado, transmitir que tenía otros planes y esto le suponía un trastorno. —Ya, es cierto. Venir de Valencia otra vez no sale rentable—razonó, siempre con cuidado de no parecer desesperado por quedarse. —Nada, hago el esfuerzo—añadió con falsa molestia. —De nada. Sí, no me queda otra. Saldré a dar un paseo y pronto a dormir— contestó cuando su jefe le dijo que no se quedara encerrado en el hotel. — ¿San Fermín? Es cierto, no había caído. Igual me paso a ver el ambiente, pero no creo— dijo puesto de píe, guardando el manguito “estropeado” es su maleta. Colgó y salió a la calle: San Fermín era fiesta.

 

JAVIER SÁNCHEZ CAMPOS

 

 

Carretera N-240

 

Carretera N-240. Atardece en algún punto desde Pamplona a Sabiñánigo. Acariciaba el volante destino a casa. Enfrente; bosques de pinares y matas de helechos a quienes los Pirineos ofrecen sombra. La noche de julio regala fresco aunque sobre el salpicadero el ejemplar de prensa siga caliente. A pesar que ya han pasado horas desde su impresión. La radio vomita: «El torero. Clavado en los medios del albero navarro. Como un poste. Citando al que va ser el sexto ejemplar de esta inolvidable tarde de toros. De fondo se escuchan retumbos de la feliz algarabía de las peñas…» Pienso: Tú. Maldita brisa de perfume cantábrico que te colaste entre los muros de la plaza de toros. A ti. Cielo azul. Que he empezado a tutearte, sin respeto, por la envidia que me despierta que tuvieras entrada esta -aquella, para siempre- tarde de domingo. La radio sigue acercándome al escenario. Restos de croissant. Un panuelo rojo en el asiento de al lado. Olor a sudor. Estrellas revolotear de una galaxia a otra. No tuve entrada pero supongo que los ecos se escucharán toda la vida. Para cuando vuelva. El año que viene, claro.

 

Gabriel Camero Martín