NEGADO EL INDULTO
En el lapso de puertas cerradas y tardes sin gloria, cada año, desde el día final de la feria, cuando arrastraban al último toro con las flores de sangre resecas y el cuerpo vencido, hasta el año siguiente, cuando el primer toro, como una flor negra que el viento encabrita, inventaba en la boca los gritos del miedo, nosotros, afuera, jugábamos fútbol. Y allí fuimos niños. Pero bueno, las cosas terminan. Un día el balón, entre el viento veloz de un disparo de tiro de esquina, se metió entre la plaza de toros. Cuando fuimos a reclamarlo -íbamos empatados y faltaban sólo cuatro minutos para que, sin que lo supiéramos, empezara la vida de adultos- el celador, aburrido como un monumento, se negó a devolverlo. Entonces supimos que allí algo moría sin timbales ni gritos de gloria. Pero antes de comenzar a ser viejos, a morir sin torero en los ojos, como toros enfermos que no llegan jamás a la plaza, amenazamos al viejo para ver si se ablandaba: le dijimos que bueno, que se quedara con nuestro balón, pero que si alguna vez un toro caía a la cancha, aunque se muriera rogándonos, tampoco se lo íbamos a devolver.
Amílcar Bernal Calderón
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LA CITA
LA CITA Calle Estafeta Pamplona-España 6 de julio del año de 1958 El día amaneció como lo esperaban en la cofradía de San Fermín. Candentes rayos de sol, comenzaron a invadir las calles sinuosas, entrando furtivamente en las tabernas, que desde muy temprano, servían frenéticamente manzanilla y vinos de la región. “Hubiera hecho caso a Paco…”: “Quédate tras el vallado, no te pongas en frente de los toros y menos tú, que estás de vino hasta la coronilla” Me hubiera quedado mejor, en el prostíbulo que regenta Montse en la calle Calderería. Al menos estaría en medio de jovencitas recién llegadas de Irún, diciendo estupideces y bebiendo hasta que mis palabras empezaran a salir con dificultad…pero bueno; ya es muy tarde. El toro al que encaré, se dirigió a mí como si supiera que era un completo estúpido al ponerme enfrente de él. A duras penas logré esquivarlo. Cuando creí que lo había burlado, por un costado, al girar inesperadamente me empitonó, invadiendo mis intestinos con sus astas asesinas”. “Qué tonto es…” Alcancé a escuchar a los que tras las barandillas, observaron cómo me arrojé con torpeza, a cumplir la cita ineludible que tenía con el maldito San Fermín. Alberto Alzate Garcés
ALBERTO ALZATE GARCES
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VIVIR PARA CONTARLO
Todo en la vida del escritor norteamericano Ernest Hemingway ha sido un vivir para contarlo, desde su participación en tres guerras, pasando por su afición a los toros. Hemingway amó más que otra cosa la vida, y para disfrutar bien la vida es preciso conocer la muerte. Por eso siempre recordaría la tarde que corrió con los toros en San Fermín. Corría entre la gente y los astados, cuando de pronto resbaló, yendo a caer de bruces frente al más fiero de todos los animales, un enfurecido animal de Saltillo con 700 kilos de peso. El toro llegó a su altura cuando Hemingway giraba el cuerpo para levantarse, quedando de frente contra la formidable res, que inexplicablemente, por algún misterio de los que dictan el comportamiento animal, se había detenido y lo miraba con los ojos más negros que una noche de tormenta. La gente contuvo el aliento pensando en la cornada. Pero el toro saltó por encima y continuó su carrera. Muchos años después apareció un viejo diario de aquella época donde Hemingway había consignado: sólo quien ha podido mirar de frente a la muerte reflejada en los ojos de un toro, y ha sobrevivido, puede considerarse vivo.
Joaquín Pérez Férriz
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Me gusta tu relato Amílcar. Ha sido como una caricia en mis recuerdos.