«ENCIERROS»
El día “D”, seis de julio; la hora “H”, doce del mediodía. El chupinazo desde el balcón marca el inicio de mi final, la clepsidra del tiempo comienza a contar, lenta pero incesante, sin prisa pero sin pausa. Un recorrido de ochocientos cuarenta y mueve metros me separa de la salvación. Soy consciente de mi mismo, debo ser raudo, presto, veloz, ojo avizor. Respiro hondo, comienzo mi camino; concentrado, agudizo mis sentidos, el vocerío del gentío me apabulla, me acalora; mi roja sangre hierve, la piel me arde, las gotas de sudor me resbalan de la frente como el rocío de la mañana desciende sobre el cristal de ventana de Dante bajando hacia los infiernos. Dentro de mi cabeza, un único pensamiento me embriaga. El vello de mis brazos se eriza y una ligera caricia recorre mi espalda como la pluma del escritor deslizándose, suave, sobre su lienzo de papel. Mi corazón acelera su latido, resonante, como los ecos del martillo de Vulcano que repican acompasadamente sobre su fragua incandescente. Lo he logrado, estoy a salvo, a la plaza he llegado, el sendero ensangrentado. Pobre de mí, llega mi fin, catorce de julio, doce de la noche, con una canción, me despido San Fermín.
ISMAEL GÓMEZ MATEO
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EL PRIMERO Y EL ÚLTIMO
Mi primer encierro, y a pesar de que la preparación ha sido intensa y el entrenamiento extremo, una vez llegado el momento, los nervios me afloran desbocados. Aún no se ha completado un día desde que se lanzó el chupinazo y que un jaleado Gora San Fermin invitase a las fiestas, y ya vuelvo a escuchar cánticos, el último coreado hace tan solo un minuto: Entzun, arren… Miro a mis compañeros intentando reconfortarme, pero ellos están igual de alterados. Intentamos concentrarnos en memorizar un recorrido que, aunque creemos conocer muy bien, sólo durante la carrera aprenderemos la dureza del camino que va desde la cuesta hasta el callejón. “Unos minutos, un kilómetro,… Mercaderes, Estafeta,…”, repito mentalmente unas palabras cogidas al vuelo y atesoradas durante generaciones. En ese mismo instante, siento cómo de mis compañeros y de mí mismo surge un atávico instinto de bravura. Suenan las ocho, el portón se abre y se desencadena una explosión de temperamento, una estampida. De momento, los seis nos dejamos guiar por los ocho cabestros y los pastores, pero nadie puede asegurar cuál será la siguiente reacción de un toro de lidia. En especial, si uno de ellos, alardeando de trapío, repite sin cesar “Estafeta, Telefónica…”.
Francisco M. Moreno del Valle
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Lapsus Temporal
Día 5. 23h02’ Te explico. Me era imposible llegar a Pamplona mañana, antes del mediodía. Ya sabes que no hay buenas combinaciones de transporte desde Vigo, y además, soy incapaz de conducir de noche. He llamado a la oficina y me he inventado un fuerte dolor de cabeza. He cogido el coche a las nueve en punto. 23h11’ ¿Que qué cara tengo? Sabes que siempre ha sido mi sueño poder estar en el chupinazo. He llegado a las seis de la tarde. La pensión no está mal; un poco cara. Ahora en un bar. 23h28’ ¡Qué majiños son estos pamplonicas! En cuanto se han enterado de que soy gallego, me quieren emborrachar con sus vinos. Cansadísimo. Me quedo sin batería. Boas noites. Día 6. 17h17’ ¡Después de venir hasta aquí! La alarma no ha funcionado; el teléfono, muerto. Me he levantado tardísimo. Me he vestido, y me he puesto el pañuelico que me compré ayer. ¡Qué tonto soy! Todos me miraban raro en la calle. Una señora me dice que hasta las doce, nada de pañuelos. ¡Qué vergüenza la mía! Yo pensaba que ya serían las dos por lo menos. Pero al final he podido ver el chupinazo. ¡Qué resaca! ¡Qué gentío! ¡Qué felicidad!
Jorge Répollés Berriochoa
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