Nostradamus 3


Durante estos días,  en concreto desde el pasado uno de marzo hasta el próximo día veintisiete, se  entregará en la oficina consistorial de la Ciudadela el cartel que anunciará  nuestras fiestas durante los siguientes Sanfermines. El plazo ya ha comenzado,  así que numerosos artistas habrán plasmado sobre un fondo blanco sus ilusiones  en ser la obra elegida.

Semanas más tarde ya  sabremos cuál es y el autor además de embolsarse los tres mil seiscientos euros  de premio (sin descontar impuestos, que esto no son las dietas de la can),  tendrá también que exponerse seguramente al escarnio público por su obra, ya que  jugando a ser un Nostradamus foral, voy a reproducir una de tantas  conversaciones que a buen seguro tendrán lugar en nuestra querida Iruña de aquí  a unas semanas, en cuanto el jurado elija a las ocho obras seleccionadas como  finalistas.

—¿Has visto ya los  carteles de este año?

—Los acabo de ver, ¡vaya vergüenza!

—¿Pero te has fijado  en el número cuatro? Si parece que es una mancha. Seguro que se le ha caído el  bote de la pintura roja encima y lo ha entregado así.

— ¡Y tanto! ¿Y qué me  dices del número siete? Por Dios, si hasta mi sobrino de cuatro años lo hubiese  hecho mejor.

— Y el número tres,  ¿qué? Todavía no sé lo que pretende ser.

— Se están perdiendo  los valores en el arte.

— En el arte y en todo.

Y es que desde que  sale el veredicto y al estilo de cualquier tertuliano de radio o televisión de  esos que entienden de todo, los habitantes de Pamplona desahogan sus penas en el  jurado y en los autores de los carteles, convirtiéndose por un día en  licenciados en arte o cuando menos expertos críticos en  pintura.

Parece mentira que  una mínima pieza pictórica de cien centímetros de alto por setenta de ancho cree  tantas opiniones y normalmente tan negativas.

Es alucinante como la  gente parece que quiere ver la Gioconda de Da Vinci en un cuadro sanferminero o  el castillo de Windsor en un barrio metropolitano moderno. Los tiempos cambian,  el arte y sus formas también pero el hablar por hablar de la gente nunca  cambiará.


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