POR EL PADRE KINDIN, GORA SAN FERMÍN – MARIA DEL MAR RUIZ FERNANDEZ (Sevilla, Andalucía)
Desde pequeño Dembo había oído hablar al Padre Kindin de los Sanfermines. Salió de Ba Kunde en Gambia, llevando en su maleta de tela el traje pamplonico del misionero. Un viaje largo, duro…que mereció la pena. Pamplona, allí estaba el. Dembo tan negro y tan de blanco, cantando antes del encierro -\»A San Fermín pedimos por ser nuestro patrón, nos guíe en el encierro dándonos su bendición. Entzun, arren, San Fermin zu zaitugu patroi, zuzendu gure oinak entzierro hontan otoi. Viva San Fermín! Viva! Gora San Fermin! Gora!\»- El txupinazo. La adrenalina corriendo por sus venas. Todo transcurría muy rápido. Su primer encierro. Una forma diferente de pasar a la madurez, de hacerse hombre en esta tribu.
Por un momento lo sintió. El aliento le rozaba la piel, los pitones amenazaban con engarzarlo, el sudor empezó a brotar con mayor intensidad y sus pulsaciones ya no eran de la carrera en si, sino del peligro que le acechaba a sus espaldas.- Morir haciendo su sueño realidad- pensó. Sólo fue un instante, otro corredor le golpeó afortunadamente sacándolo de la trayectoria del toro. Dembo siguió corriendo, llegó a la plaza y grito – Por el Padre Kindin! Gora San Fermín! Gora!
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Flight cancelled – Javier Llorente Yoldi (Pamplona, Navarra)
Thomas Lindqvist estaba desquiciado. Llevaba un día entero en el aeropuerto de Estocolmo y no sabía si su avión partiría finalmente hacia España. El volcán Eyjafjalla estaba haciendo otra de las suyas. Ya tenía todo atado. Su viaje Madrid-Pamplona, el abono de los toros como socio de la peña ‘Los Suecos’, la faja, el pañuelico, las alpargatas… Incluso había acudido a la terminal vestido de blanco y con una txapela roja. El letrero electrónico le confirmó sus peores augurios: el avión no iba a despegar. Thomas no se rindió. No quería perderse el mejor momento del año. Llamó a los demás socios de la peña, compraron varias botellas de champán en el ‘duty free’ y, en el aparcamiento del aeropuerto, y con sus ojos puestos en un ordenador conectado por wifi a Internet, gritaron “¡Viva San Fermín!” a la vez que se anudaban los pañuelos rojos, saltaban, festejaban y se regaban con el cava. Otros pasajeros, los empleados del aeropuerto y varias azafatas se unieron a la fiesta. Montaron tal revuelo en la terminal que una televisión local les grabó y transmitió sus imágenes a medio mundo. Thomas Lindqvist no sabía que acababa de inaugurar el primer txupinazo de Estocolmo.
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¿Te gusta bailar? – Javier Muñoz Fernandez (Mutilva Alta, Navarra)
Sus pasos eran torpes, pero ellos parecían flotar en otra parte. Quiero decir que estaban y no estaban allí. O estaban allí y en otro espacio, en otra vida. Él apoyaba la barbilla sobre su hombro, apenas rozándolo. Ella cerraba los ojos con fuerza. Él tenía el cabello blanco y encrespado; ella, todo recogido en un moño plateado y redondo. Él, de rostro enjuto; ella, queriendo sonreír o llorar, o las dos cosas. Ninguno de los dos iba de blanco; ninguno de los dos llevaba pañuelo: Él, camisa a cuadros y jersey azul marino; pantalones de tergal, zapatos negros de verano. Ella, vestido verde hasta las rodillas, chaqueta negra sobre los hombros, las piernas al aire y unas zapatillas rojas de andar por casa.
Ahora, él miraba al frente, flaquito; los ojos le brillaban a través de las gafas. Ella se sumía en algún lugar con los párpados cerrados: no los abriría jamás.
¿Te acuerdas?
Allí estaban, ahora, hace sesenta años. Hacía calor y eran las nueve casi. Un joven apuesto, una linda muchacha. Allí estaban mirándose apenas, de rojo y blanco; Él, cogiéndola de la mano y ella, dejándose hacer mientras cerraba los ojos:
¿Te gusta bailar?