Pobre de mí – Alejandro Megías Nardoni (Rosario, Argentina)
Poco antes de medianoche la vi, hermosa, en el medio de la multitud pero sola, como en una nube. Miraba hacia arriba esperando la salida del alcalde, entre todos solo a ella escuche gritar. ¡Gora San Fermín! Baje la vista un momento para sacarme el pañuelo de la muñeca y desapareció. Durante todos los Sanfermines su sombra me persiguió y yo a ella, me pareció verla y perderla muchas veces. Fui feliz allí en Pamplona, pero ni por un segundo olvide sus ojos negros. Mientras bebíamos con amigos y extraños su recuerdo venia a mí. Silencioso y fatal como una flecha.
El ultimo día llego, la tristeza del fin acaso fue menor que la certeza de no volver a verla jamás. Como una señal la cera caliente de una vela quemo mi mano y cuando alce la cabeza, allí estaba, entre la gente, igual que antes. Algo irreal había en su rostro, pensé en acércame y decírselo todo. De mis días si ella, de su imagen acechándome por la calles como un fantasma. Ella me miro y comprendí todo. Me detuve, a lo lejos sus labios susurraron “pobre de mí”. La multitud se la llevo, esta ves para siempre.
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Rojo y Blanco – Marianela Blanco Werner (Temuco; Chile)
Las tres de la madrugada me descubre por el rabillo del ojo, y me reprocha con cansancio. Mis pupilas brillantes se esconden y aparecen detrás de unos párpados pintados de color azul.
Al interior de la curva, el suelo resbaladizo te juega una mala pasada y sales disparado como el chupinazo, golpeando con toda tu masa contra el vallado, mientras la manada se dispersa agitada en medio de tan confusa situación. No se sabe si fue dolor, jolgorio o aturdimiento, sólo sé que un grito me sacudió… y ahora estoy aquí con tu rabo entre las manos.
Revientan mis pensamientos… y bebo del fondo hasta el éxtasis profundo de la inconsciencia, descargando mi rabia contra el vaso, donde rebota en recuerdos una lágrima, mientras en los locales de las peñas la juerga sigue hasta el alba.
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Una copa de San Fermín – Giovanni Anticona Alegre (Lima, Perú)
Dominica no concebía a la fiesta de Pamplona sin un San Fermín en las copas. Por ello, fiel a la exigencia de su paladar, salió de casa y enfiló por la calle Cervantes rumbo la tienda de Rodrigo Villas. Al entrar, lo encontró detrás del mostrador, en su postura enhiesta de siempre, leyendo un libro de páginas amarillentas. Antes de que Dominica abriera la boca, Rodrigo ya había adivinado lo que iba a decir: como todos los años, ella quería comprar su San Fermín, ese delicioso brebaje que a él también le fascinaba.
De inmediato, se desplazó hasta la despensa y, segundos después, regresó con la anhelada botella entre manos. Acto seguido, destapó el vino con un sacacorchos añejo y sirvió el fino líquido en dos copitas que sacó de un cajón del mostrador.
Rodrigo depositó una copa en la mano derecha de Dominica y dijo:
– Salud por nuestro amor, mi Dominiquita.
– Salud, mi Rodriguito.
– Y por los toros también.
– Claro, aunque no hay mejor toro que tú.
Mientras se regalaban miradas cómplices, bebieron de las copas, felices como en cada inicio de la fiesta de Pamplona.