Para abrir boca 3


A menos de cuarenta y ocho horas para conocer el relato ganador de 2013, qué mejor para ir abriendo boca que repasar los ganadores de las cuatro ediciones anteriores.

Yo, desde luego, no me canso de leerlos.

 

EL ULTIMO ENCIERRO, de Javier De Prada (2009)

(A San Fermín pedimos…)

Al alzar el periódico vi la mancha de sangre seca en mi mano. Entoné la plegaria intentando conjurar el miedo que ascendía por el pecho y me abrasaba como una cornada caliente. Me llamó la atención su indumentaria, como de otro tiempo, la quietud hierática y su mirada sombría. La esquivé clavando los ojos en la hornacina.

(… dándonos su bendición.)

El último canto era la señal para que cada cual ocupara su puesto, como una emboscada en un desfiladero. Descendí la cuesta empapado por el pánico. El peligro ya olía a pólvora. Me siguió, tocó mi espalda y me espetó:

– Tú no me conoces. Soy Esteban. Caí en 1924.

Me señaló una figura borrosa con la que nadie tropezaba. Sujetaba un pedazo del santo capotico.

– Y también están los otros doce, en su lugar del recorrido, atentos al quite. Entonces descubrí con estupor mi camiseta desgarrada y sanguinolenta.

Me dijo conmovido:

– Sí, Matthew, corriste tu último encierro en 1995. No pudimos hacer nada.

El estallido del cohete silenció mi grito incrédulo.

Y me abracé a él llorando mientras la manada ascendía como un tren cremallera y pasaba por encima sin reparar en nosotros.

 

El EXAMEN, de José Ramón Alonso (2010)

Una escuela de Pamplona. Cerca ya de las vacaciones. El maestro reparte a los muchachos de primero de bachillerato un papel con la siguiente lista:

Toros, siete de julio, encierros, pañuelo, champán, Agur Jaunak, txupinazo, mozos, Pamplona, San Fermín, periódico, la Plaza del Castillo, vino, Hemingway, Navarra, Riau-Riau, toros, kalimotxo, Estafeta, gigantes, los fuegos artificiales, cornada, Rioja, peñas, mulillas, kilikis, el Gayarre, bares, encierro, Jarauta, bacalao, policía, ganadería, pastores, cerveza, Ciudadela, encierro, Corporación, fiesta, Fiesta, caídas, cabestro, julio, “Pobre de mí”, Osasuna, vals de Astráin, santo patrón, merienda, chicas, charanga y más toros.

Cuando termina de repartirles las hojas, les dice:

– “Háganme una redacción sobre los Sanfermines sin usar ninguna de las palabras de esa lista”

Uno de los muchachos tras dar un vistazo rápido a la hoja y con una mirada de estupor, balbucea:

– “Pero esto es imposible”.

El maestro sonríe, le mira y dice:

– “Usted no ha entendido nada. Lo importante no está ahí. Pónganse todos a la tarea”.

 

UN DÍA SIN LAVAR, de Isabel Azcona (2011)

Queda ya lejano el nudo en la garganta que no me dejó contestar con ¡viva! el viva al Santo, justo antes de que comenzara todo. Un año entero esperando me impide dejar de disfrutar cada minuto… pero el cansancio no perdona.

De vuelta a casa me cruzo con familias que van a los gigantes. Me miran. Todavía son visibles las consecuencias del “cumpleaños feliz” que cantamos a la guiri del tendido.

Es tardísimo otra vez, mi madre está enfadada. “Llámame para los toros“, le digo mientras dejo la ropa sucia en el suelo de la cocina, como siempre. No contesta, pero me avisa a las cuatro levantando la persiana. Se le debe de haber pasado el enfado porque la camiseta y el pantalón están lavados y planchados.

Me duele tremendamente la cabeza, será sólo hasta el himno de Eurovisión, así que saco el abono del cajón donde lo guardo como un tesoro desde junio. Hoy es domingo, toca “miuras”. Saludo al portero mientras desdoblo la entrada. Es la de ayer, dice. No, día 11, la de hoy, contesto. Hoy es 12, murmura algo extrañado. Miro a mis amigos que señalan el 12 en sus pases. Ayer no viniste. Tu madre dijo que estabas dormido.

 

SIETE CENTÍMETROS, de Alberto Eransus Antoñanzas (2012)

En una terraza de la Plaza del Castillo, casi vísperas de fiestas, recordó la advertencia del médico que aún retumbaba en su cabeza: ”nada de alcohol, tabaco, comidas grasas, sobresaltos, altas temperaturas, espacios concurridos ni multitudes. Tranquilidad y buenos alimentos.” No podía ser ni quería creérselo. Sólo pensar a lo que debía renunciar le entraban ganas de llorar: el almuerzo del seis con la cuadrilla, la lluvia de champán en el chupinazo, la comida del siete, la sangría taurina en la solanera con la peña, las noches y los días fluyendo en tiempos y modos sanfermineros. Pero sobre todo, por encima de estos actos, lo que más amaba: el encierro. Esto sí que se lo subrayaron: “nada de actividades intensas ni deportes de riesgo.”

Apurando el café, notó en el bolsillo del pantalón algo que le incomodaba: era un sobre. Al abrirlo, sus ojos empezaron a nublarse. Era el abono de los toros, completo. Detrás de la entrada del 14, otro papel, distinto: una foto en blanco y negro, borrosa, en la que se adivinaba una forma de siete centímetros. Mientras unas lágrimas se aventuraban sobre su incipiente tripa, esbozando una sonrisa, se consoló pensando: Tú me darás mil alegrías en los próximos sanfermines.

 


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