Pesadilla en la cocina 1


¿Y si Chicote o el mismísimo Gordon Ramsey se diesen un garbeo por las cocinas de los bares y restaurantes del epicentro de la fiesta?

Seguro que quien más o quien menos, todos hemos dudado alguna vez de las condiciones en las que se cocinan esos manjares que nos saben a gloria bendita, aunque se llamen bocata de lomo.

Hace tiempo, a un amigo de un muy buen amigo mío le tocó pringar en una sociedad caballar en sanfermines por amor al arte. Como a tanta gente en tantos garitos. Por lo que contaba, las limitaciones del local se suplían con el entusiasmo y la buena voluntad de los allí congregados unos días antes del inicio de las fiestas.

Por grupos, cada cual acometía la labor encomendada: la brigada de limpieza daba el pistoletazo de salida a su paso, la cuadrilla de decoradores remozaba la zona de la barra, y una troupe de contrastados chefs se hacinaba en el inframundo para precocinar todo lo precocinable.

Y ahí estaba el hombre éste, dispuesto a semifreir una montaña de chulas de lomo que unos días después harían las delicias de todos aquellos que en mitad de la noche sintieran la necesidad de enmasetar en lo posible el estómago para absorber los litros de líquido que seguramente debido al calor reinante habían ingerido.

En un principio tuvo que marcar territorio, no a base de orinar en los límites del mismo, sino sacando subrepticiamente los codos y clavándolos «involuntariamente» en algún que otro costado, para así hacerse con el espacio mínimo necesario para colocar el hornillo campestre sobre el que apoyaría una sartén de la que el teflón hacía tiempo que se había despegado.

Obligado a trabajar en semi-escorzo, mantenía el hornillo a tope permanentemente, sabedor del riesgo que corría de que algún pelapatatas descuajeringara el tinglado que tenía montado en alguno de sus muchos ires y venires a por los preciados tubérculos.

Y efectivamente, su misión no era otra que la de hacer comprender a las chulas de lomo lo que les esperaba a la vuelta de unos días. De momento, vuelta y vuelta para dejarlas a falta únicamente de un postrero churrazo de sartén, que se produciría cuando el comensal de turno eligiera el de lomo con queso de entre la escueta lista de bocadillos disponibles. Y de ahí, en bloques pseudoempaquetados, al congelador, supongo que para matar el anisakis, je je…

Creo que en honor a la versión de los hechos que contaba el amigo éste, no he sido lo suficientemente descriptivo con lo de la montaña de chulas de lomo. Se podría más bien hablar de torres de Pisa hechas de chulas de lomo, casi como torretas de kebabs, con la misma inclinación que la del monumento toscano, y que se mantenía tiesa gracias al efecto pegamento del contacto entre las chulas frescas de lomo. O solomo.

Luego los bocatas eran lo que eran, auténticos secuces panosos con bien de miga rellenos de las ya recalentadas chulas de lomo, no menos secuces, coronadas por láminas cuadradas de queso fundido que lejos de aligerar la masa, la amalgamaban más, haciéndola empalagosa, y eso cuando no había demasiado jaleo en la ¿cocina? y se podían echar las láminas de queso encima de las chulas de lomo mientras de terminaban de calentar, que lo normal más bien era ponerlas dentro del bocata sin arte ni esmero alguno, sin importar si quedaban uniformemente distribuidas o si quedaban colgando por uno de los laterales.

Lo dicho, gloria bendita.


Una idea sobre “Pesadilla en la cocina

  • pamplonudo

    Todos sabemos que la hostelería en Sanfermines no está a su mejor nivel, pero a determinadas horas cualquier bocata o pintxo de lo que sea es «bocatto di cardinale».

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