Corría el año noventa y dos. En Sevilla andaban metidos en la “Expo”, en Barcelona apuraban el inicio de las olimpiadas y en Pamplona nos encontrábamos disfrutando de los Sanfermines.
Aquel año, mientras algunos estrenábamos mayoría de edad y un abono en el Tendido de sol, Francisco Javier Martínez Muyol, de la Milagrosa, estrenaba el siete de julio condición de matador de toros con el nombre artístico de “Paquiro”. Tras una alternativa de insulso resultado, el del Mochuelo se enfrentaba el diez de julio a los toros del Conde de la Corte.
Mientras tanto, en el tendido cinco, en la linde entre el Bullicio y el Muthiko, los noveles de la feria asimilábamos todo lo que se cocía allí e incluso mirábamos de vez en cuando al ruedo.
Al salir los picadores en el sexto toro, dos conocidas comenzaron a saludar con bastante gracia desde el tendido contiguo, sol y sombra, a quien esto firma. Una morena y una rubia, como en la zarzuela de Bretón, que provocaron que dos osados cruzásemos la barrera entre el sol y la sombra para “ampliar el contacto“.
Recuerdo que las luces de la plaza estaban encendidas, que la corrida era televisada, que el vestido de Paquiro era azul marino y oro, pero no tengo noción de cómo pudimos sentarnos allí, entre los pacíficos espectadores del cuatro, sin provocar ningún follón.
El caso es que nuestra maniobra de poco sirvió. No habría pasado ni un minuto, cuando caído desde la andanada, un objeto golpeó en la espalda de la rubia asiéndosele al cuello como un collar. La chica empezó a gritar a medio camino entre el susto y la ansiedad.
El objeto que tenía en el cuello, no era otra cosa que una culebra verde, muerta, de unos setenta centímetros. El hilillo de sangre que recorría el cuello del reptil, dejaba claro que el bicho no era de plástico.
Y allí, mientras Paquiro cortaba las dos orejas a un torazo del Conde de la Corte, nosotros intentábamos tranquilizar a la guapa pamplonesa que tardó pocos minutos en mandarnos al guano y marcharse de la plaza. Como para intentar otras cosas…
Han pasado veinte años: aquel tendido cuatro es ahora el cinco y la carrera de Paquiro tuvo un triste final. No sé qué vida lleva la rubia, pero la morena es artista y vive en Nueva York. El lanzamiento de objetos sigue repitiéndose en la plaza como las diez plagas de Egipto.
Y todavía sigo preguntándome quien pudo ser el cabrón capaz de llevar reptiles, vivos o muertos, a la andanada de la plaza de toros.
Hay una zona en andanada, perfectamente localizada y situada sobre el tendido que mencionas, que arroja la mayor parte de los objetos. Curiosamente (o lógicamente), esa zona no es ocupada por Peñas.
Esperaremos pacientemente, pues, a que se produzca una desgracia mortal.
Por cierto, ¿la morena es de Baztán?
Si hubieses estado más vivo y hubieras hecho las veces de Frank de la Jungla, igual habrías conseguido algo más que una temprana despedida.
Me da que el origen de la morena no es baztanés.
#estafetakoa: nadie se libra del lanzamiento de objetos: ni la andanada con o sin peñas (en el año 92 la distribución era distinta a la actual) ni el tendido repleto de peñas (este año en las corridas de 8 y 9 de julio los subalternos y algùn matador recibieron impactos muy certeros estando en la cara del toro).
#pamplonudo: nos faltaban muchas tablas , sí 🙂
¿Seguro que no estabais bajo los efectos de sustancias psicotrópicas?
No lo digo tanto por lo de ver volar una serpiente en una plaza de toros, sino por lo de ver a una rubia y una morena llamándoos.
Sanfer era el 92, todos estabamos mas estupendos que ahora.
Que tikismikis como se puso por un quitame de ahi esa culebra. Cierto es que igual era mejor esa culebra que la que podría haber visto posteriormente… las primeras impresiones siempre son mejores.
Yo una vez me asomé a buscar a unos colegas al tendido 11 y me llevé un naranjazo que fue certero en todo mi ojo, todavía hoy cuando me asomo a algún tendido lo hago con recelo de que algún «anormal» me haga algo similar. La verdad que me jodió el resto del día, y desde entonces a las naranjas incluso las miro de otra forma…..