Por chicuela 5


La escena fue la siguiente:

Entro en una panadería de barrio con la fijación de llevar a casa algún curasán o algo así para, a)sorprender gratamente con un rico desayuno, y b)expiar las culpas de una noche sanferminera ajetreada.

Delante mía, y tapándome casi por completo la visión de los expositores y del dependiente, un armario ropero me precede en el turno. Aunque, ahora que voy centrando la atención, veo que en realidad es una armaria ropera.

Alta, muy alta. Y de espaldas anchas. Viste una chupa vaquera y pantalones negros. Trato de buscar alguna señal, algún signo que delate un mínimo de sanfermineidad. ¡Claro! ¡El pañuelo! Dirijo en línea más o menos vertical la mirada hacia arriba, pero topo con una espectacular melena ondulada rubia que no deja ver cómo lo lleva, ni si lo lleva.

Se diría que es extranjera, teutona como mínimo.

Cuando le toca el turno a la yusodicha (¿es correcto citarla así?), la mujer, una mano sosteniendo el bolso y la otra mesando la parte inferior de la papada, repasa las existencias que tiene ante sí. Finalmente, sin abrir la boca, levanta su mirada hacia el dependiente y le señala con el dedo el lugar donde se encuentran las barras de pan. Con ese mismo dedo, a correo seguido, le marca el número uno. Fácil. Quiere una barra de pan. De paso he podido confirmar que es extranjera.

Lo mismo deduce el camarero.

– «¿Algo más?»

La chica niega con la cabeza, y en ese momento, adoptando un aire como distraído, el dependiente le espeta:

– «Trescientas pesetas».

Automáticamente, y como si alguien hubiese accionado repentinamente un interruptor, la neska se altera, y profiere un «¡Pero tú que te has creído!» totalmente nítido, pero con una tremenda afonía.

¿Latrocinio?, ¿picaresca?

El tipo éste ¿es un auténtico hijoputa, o es un pilluelo?


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